Obituario ilustrado en la pandemia

Patxi Andión

No se lo llevó el coronavirus, aunque ya la parca rondaba Wuhan, ocultada y en silencio, esperando abrasar con sus tentáculos a la especie humana dentro del territorio donde se incubó y más allá. Estuvo en el catálogo de la canción de autor, pero también en otras muchas cosas que se ignoran: sociólogo, docente universitario, actor, protagonista de largometrajes y de seriales televisivas –con una amplia filmografía-, columnista y escritor. Fue amplio y diverso. Como cantautor se dio a conocer cuando finalizaban los sesenta, pero fue en todo el decenio de los setenta cuando se hizo a la mar y encandiló a parte de una generación: la mía. Es probable, no puedo precisarlo, que sus primeros discos comenzaran a sonar en la radio dominicana entre el 72 y el 73. Hizo adeptos de inmediato. Serrat ya estaba en el ruedo, pero ahí, casi al mismo tiempo que Patxi. Antes que ellos estaba Pi de la Sierra que también terminaría de brillar en los setenta. Y, desde luego, ya toreaban con éxito en el redondel algunos que todavía resuenan y otros que partieron: Raphael, Nino Bravo, Camilo Sesto, Miguel Ríos (“Himno a la Alegría”, Beethoven redivivo en clave de época), Víctor Manuel (“Quiero abrazarte tanto”), Ana Belén (“Quiero ser canto y rodar”), Julio Iglesias, Marisol y, entre otros, Mocedades que fue el suceso y la alquimia. Patxi fue siempre un cantor de culto, término que se aplica –digámoslo sin vueltas- al que sólo siguen minorías. Igual a muchos que se abrazaron a la canción social o de protesta, este catalán nacido en Madrid se hizo militante contra el franquismo y en la transición española se inscribió, como todos, en los partidos de izquierda. La canción no venía sola. Tenía su sustrato y su cadencia. A Santo Domingo vino temprano, cuando estaba en pleno auge su canción y su estilo. Recuerdo que fue un martes de un mes que no me viene a la memoria, en 1975, su presentación en el Palacio de los Deportes, a un cuarto de su capacidad. No éramos muchos, pero los suficientes para disfrutar de un espectáculo que nos dejó saciados pues Patxi cantó a voluntad, sin detenerse. Como si acaso hubiese decidido cantarlo todo, incluyendo los pedidos, para vengarse de la pobre asistencia. [Rememoro algo similar que me sucedió con el Gato Barbieri, quien fue presentado en un salón pequeño del entonces hotel Concorde. No podíamos ser más de cuarenta personas las que estábamos allí, frente a aquel gigante. Llegó, se sentó, interpretó con su saxo no menos de treinta piezas, luego de la última se levantó y se fue. Nunca dio las buenas noches, siquiera. A los que estuvimos allí nos bastó]. Yo escribía en el diario El Sol una columna titulada “Conclusiones” y dediqué un escrito al recital de Patxi, que concluía de esta forma: “Dolor, miedo, valentía, autoconfesión, reflexión, toma de postura, enfrentamiento con el mundo: características de una línea de pensamiento que habla brillantemente de un intérprete que tiene todas las reglas del triunfo en su canción. De la patria vasca nos ha llegado y nos ha dejado el sabor de su mar, la dicha tonificante de su verso y “posiblemente”, la felicidad de ser con ese trato “un hombre instrumento” y, probablemente también, “un desatino”. Patxi Andión es, sencillamente, un espectáculo. Todavía me duelen las manos de aplaudirlo”.

Rubem Fonseca

Le llaman escritor tardío porque casi llegaba a los cuarenta cuando se dedicó a la literatura. Poco importó esa tardanza. Ejercía como abogado, litigando en las cortes de Minas Gerais cuando le picó el gusanillo de la escritura. Publicó tres colecciones de cuentos entre 1963 y 1967, y en 1975, cuando ya cumplía cincuenta años de edad publica “Feliz Año Nuevo”, un libro que contenía 15 relatos que despertaron la ira de los gobernantes, en ese momento reductos aún del golpe militar de 1964 contra Joao Goulart. El libro fue prohibido por considerarse “inmoral” y contener “términos soeces”. Leído hoy, el cuento que da título al libro, como todos los demás, uno certifica lo que han dicho sus críticos: era simplemente el cronista de la realidad brasileña: crimen, sexo, lenguaje duro, inseguridad, prostitución y desmanes policiales. Sus censores lo elevaron, pues a pesar de retirar sus libros de las estanterías comenzó a ser leído clandestinamente y cuando años después cesó la prohibición su fama había corrido por todo el mundo. Publicó 17 libros de cuentos, 11 novelas, crónicas, memorias, crítica literaria, y produjo guiones cinematográficos. Su obra fue consagrada con altos galardones, entre ellos el Luis de Camoes, el máximo lauro de las letras portuguesas. Creo que en nuestro país no se le conoce mucho, pero los cuentistas jóvenes, sobre todo, debieran leerlo para conocer sus temas, su estilo, alejado de lo convencional, y sobre todo las letras de un maestro.

Luis Sepúlveda

A los veinte años de edad, este chileno publicó su primer libro de cuentos: “Crónicas de Pedro Nadie”, pero aquella producción se olvidó pronto porque la aventura le llamaba, como le pasó siempre. Trabajó en barcos balleneros, fue cocinero, vivió con los indios shuar de Ecuador, heredó la militancia del padre y se hizo comunista, Pinochet lo mantuvo tres años en prisión y luego lo envió ocho más de exilio, se fue a Nicaragua a colaborar con la revolución sandinista, residió en Buenos Aires, Montevideo, Paraguay, Bolivia, Perú, Alemania, se convirtió en un trotamundos y terminó enrolado en un barco de Greenpeace como ecologista y defensor de la fauna marina. La celebridad le llegaría con su novela “Un viejo que leía novelas de amor”, publicada en 1988, que le permitió obtener varios premios en Francia, Alemania, Italia y España, ser traducido a más de veinte lenguas y vender unos dieciocho millones de ejemplares, solo de ese libro. De ahí en adelante, se afincó y todos sus libros se convirtieron en éxitos, al tiempo de plantar raíces en Gijón, Asturias, donde fundó y dirigió el Salón Iberoamericano del Libro. En 1998 lo invité a venir a nuestra primera Feria Internacional del Libro, en la que participó activamente junto a otros invitados de alta categoría como los españoles Luis García Montero y Almudena Grandes, el argentino Abel Posse, el cubano Leonardo Padura (para entonces sin la fama de hoy), el también cubano Antón Arrufat, la cubanopuertorriqueña Mayra Montero, el venezolano Alexis Márquez Rodríguez, gran ensayista y quien entonces dirigía la renombrada colección Biblioteca Ayacucho, y el ex presidente de Ecuador Rodrigo Borja, que aquí presentó su enorme volumen “Enciclopedia de la Política”. El afán aventurero lo persiguió toda la vida y existe un libro, tal vez poco conocido aquí, titulado “Últimas noticias del Sur”, que escribió junto a su amigo argentino Daniel Mordzinski –uno puso el texto, el otro las imágenes-, una crónica de viaje por el sur del mundo, por lugares desconocidos, acampando en medio de su gente, sus animales y sus miserias. Ambos, fueron los “afortunados que presenciaron el fin de una época en el sur del mundo”. El libro es una presea, un premio para el lector que desee vivir aventura tan loca y tan rica y tan reveladora. Sepúlveda, acosado, encarcelado, buscando encajar en algún espacio durante años, se hizo escritor y triunfó. Su obra total ha sido traducida a más de cincuenta idiomas, lo hicieron doctor honoris causa en Italia y Francia y hasta la República Francesa lo hizo Caballero de las Artes y las Letras. Un indeseado virus asiático vino a poner fin a su larga aventura vital.

Patxi Andión murió el 18 de diciembre del año pasado en un accidente de tráfico en Soria, España, cuando el auto que conducía se deslizó en la carretera y se salió de la vía. Tenía 72 años de edad.

Rubem Fonseca falleció el pasado miércoles 15 de abril al sufrir un infarto en su casa de Río de Janeiro. En mayo próximo iba a cumplir 95 años de edad.

Luis Sepúlveda fue víctima temprana del COVID-19. Luego de varias semanas de internamiento, murió en el Hospital Central de Asturias el pasado jueves 16 de abril. Contaba 70 años de edad.

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José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.