Un humanista con un serón de virtudes

Monseñor Rafael Bello Peguero junto a José Rafael Lantigua.

En su vida se reúnen tres virtudes poco comunes. O, mejor, cuatro. La tenacidad es parte de su vida cotidiana. Cuando se plantea un propósito, persevera hasta lograrlo. Propósitos de bien, valga decirlo. Luego, posee una formación humanística casi natural, aunque se ha fondeado en los mejores espacios académicos para desarrollar esta cualidad. Cree en los libros como fuente de instrucción permanente y como medio para dejar inscrita la hoja de vida de los hombres que han construido la historia de su comunidad consagrada. Y debo añadir su valoración de la pobreza como ejercicio natural de su investidura.

Ha recogido la historia de los hombres de su iglesia para dejar estampadas sus cualidades, sobre todo cuando el ambiente es tan propicio a reseñar defectos humanos. Pero, su historia personal y apostólica está llena de momentos exaltantes, de capítulos de vida y ejercicio pastoral ejemplares. Banilejo de nacimiento, llegó con sus padres a Santo Domingo siendo todavía un imberbe. Y casi un imberbe era aún cuando, a los diecisiete años, ingresó en la Universidad de Santo Domingo para estudiar medicina. Al investirse de médico, entregó el diploma a su madre y partió poco después al seminario para hacerse sacerdote. Tenía veinticinco años de edad. Siendo ya sacerdote, no dejó de estudiar y regresó a la universidad para doctorarse en filosofía y teología en la Pontificia Universidad de Salamanca.

El sacerdote en camino, con la educación humanística que se ha forjado, tenía dotes propias para el ejercicio de la música. Y paralelo a sus estudios filosóficos y teológicos se dedicó en España a obtener la formación musical, disciplina por la cual tenía una firme vocación. Estudió música para ofrendarla como parte de su ministerio: canto gregoriano, dirección coral, pastoral musical. Lo acogen para estos estudios el monasterio benedictino de Montserrat, Barcelona, el Seminario Mayor de Pamplona y el Instituto Pontificio San Pío X de Salamanca, que dirigían los hermanos de la Salle.

Cuando se ordena sacerdote en 1966, ya el presbítero Rafael Bello Peguero tenía bien claros los espacios donde debía desarrollarse, aunque el ejercicio de su fecundidad espiritual y sus dotes pastorales lo llevaran muy pronto por otros caminos. Sí. Vengo hablando, solo para quienes no lo conocen bien, de monseñor Bello, del sencillo Padre Bello, de Rafaelito como siempre le llama su discípulo Arístides Incháustegui.

Músico bien formado, pianista, compositor, director coral, amante del canto gregoriano, esa monódica forma musical –sublime, espiritual, casi angélica- de alabar a Dios que fue la forma con que las comunidades primitivas cristianas oraban musicalmente y que provenía de la tradición de las sinagogas judías. Ese músico formó la Schola Cantorum del Convento de los Dominicos, que yo recuerdo de niño escuchando arrobado –sin entender aquel formato musical tan diferente al que habitualmente se practicaba en la iglesia- cuando cada año transmitían las siete palabras del Viernes Santo. Por sus manos pasaron, siendo apenas jovencitos, personalidades del canto lírico y popular de la categoría de Arístides Incháustegui –quien ofrecería su primer recital con el padre Bello como pianista, teniendo solo once años de edad- y Niní Caffaro. A su formación en la música religiosa, hay que agregar su educación integral en el arte musical con profesores de la categoría del maestro Ravelo, Luis E. Mena, Luis Rivera, Juan Francisco García y la profesora Mary Siragusa. Como dato complementario hemos de anotar que su nombre figura entre los fundadores del Coro Nacional, en 1955.

Su acción pastoral ha sido intensa y múltiple, de modo que ha sabido conjugar el ministerio para el que se formó y que es su auténtica vocación con su tenaz entrega a otros haberes, siempre en armonía con su ejercicio al servicio de la Iglesia católica. El deán catedralicio, el capellán de Palacio, el párroco de la iglesia del Carmen, ha vivido para su fe y ha entregado todos sus atributos humanos a la difusión del evangelio, desde las distintas esferas donde le ha tocado ejercer. Pero, lo que deseo destacar más es su labor como escritor y editor, un caso único en la historia de la Iglesia dominicana. Ha enriquecido de forma impresionante la bibliografía eclesial y ha insistido por largos años en la necesidad de que los aspirantes al sacerdocio se formen no solo espiritualmente sino también culturalmente, instándolos a leer. Es conocida la anécdota del padre Bello con el libro de Tirso Mejía-Ricart, Breve historia dominicana. Una síntesis crítica. Un compendio de apenas 59 páginas donde el reconocido académico sintetiza nuestra historia desde la sociedad indígena hasta la cuarta república. El padre Bello leyó la breve pero sustancial obra y pidió a su autor que le permitiera hacer una edición especial para uso exclusivo de los seminaristas, a fin de que en breves trazos conocieran en detalles la historia nacional. Hizo fama además, en tiempos económicamente muy difíciles (plena Era de Trujillo), cuando la mayoría de los estudiantes no tenían medios para adquirir los libros en la facultad de Medicina, el padre Bello junto a su compañero de estudios Guarocuya Batista del Villar, anotaba minuciosamente las cátedras de los profesores, las organizaba, las reproducía a mimeógrafo y luego las vendía a sus compañeros solo por el costo de los materiales utilizados en la impresión. Muchos se hicieron médicos con las cátedras mimeografiadas del padre Bello y de Batista del Villar.

Ha escrito, recopilado, editado y divulgado decenas de libros y documentos eclesiásticos de particular valor histórico, no solo para los católicos sino para los estudiosos de la historia dominicana en todas sus vertientes. Ha editado artículos y ensayos breves en célebres plaquettes que hace circular gratuitamente muchas veces y que mantienen vivas sus manifestaciones de solidaridad intelectual y de pasión por la escritura, no solo de la propia sino también de otros. Pero, su obra mayor es sin duda su serie Hombres de Iglesia que inició en breves cuadernillos y que fue ampliando, en algunos casos, con libros de mayor dimensión. Algunos son de su autoría, otros llevan firmas distintas. Por ejemplo, el primero, si no me equivoco, se publicó en 1986 sobre El Padre García (José Rafael García Tejera, párroco de San Carlos) cuyo autor era el hoy obispo emérito de La Vega, Antonio Camilo, notable historiador de la iglesia dominicana. Así fue, poco a poco, publicando esta serie que, hace casi dos años la Comisión Permanente de Efemérides Patrias reunió en seis volúmenes, con la historia humana y espiritual de veintiún hombres que han servido al sacerdocio católico dominicano: de los obispos Valera, Portes, Nouel, Pittini, Beras, Adames, a los sacerdotes Buggenoms, Billini, Fuertes, Castellanos, Fantino, Robles Toledano y fray Vicente Rubio, en cuyas fuentes de sabiduría bebió en abundancia el padre Bello.

La suya es una obra gigantesca y es una obra de amor. Su tenacidad ha vencido todas las barreras posibles para alcanzar sus objetivos de servicio a la cultura y a la iglesia. Su educación académica y su formación en las redes jubilosas del humanismo lo han convertido en un ciudadano de la fe insertado en los valores más altos del mundo en que le ha tocado vivir. Su apego a los libros le ha llevado a ser uno de los más dinámicos servidores y elevadores de la bibliografía dominicana dentro del importante ámbito eclesial. Y su templanza, sus maneras sencillas y fraternas que conquista a todo quien se cobija bajo sus sombras paternales, muestran la validez y trascendencia del auténtico hombre de Dios, del sacerdote cuyo destino es servir, no escandalizar y propagar su fe a tambor batiente. Monseñor Rafael Bello Peguero, el padre Bello, acaba de cumplir cincuenta años de vida sacerdotal, sesenta de que se graduó de médico y treinta de que escalase su primer escaño como editor. En diciembre cumplió 83 años de edad. Ha de celebrarse que hombres y sacerdotes de esta estirpe sean parte brillante de la dominicanidad. “Es un ser humano con un serón de virtudes a cuesta”, ha dicho de él tan certeramente su biógrafa Miriam Michel. No hay nada más que agregar.

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Recomendamos la lectura de “Bibliografía de Monseñor Dr. Rafael Bello Peguero Pbro.” 2ª edición corregida y ampliada. Miriam Michel. Amigo del Hogar: 2009; 208 pp.