El general Juancito Rodríguez visto por Pucha, su hija

Pucha cuenta su historia desde una perspectiva espiritualmente superior, como quien observa su destino.

María M. (Pucha) Rodríguez.

De todos los libros de memorias y biografía que he tenido la oportunidad de leer, pocos me han producido tantas emociones como el que contiene los recuerdos de Pucha Rodríguez, amorosamente recogidos y editados por su sobrina política Jeanne Marion-Landais.

En sus páginas los dominicanos podrán descubrir, por fin, quién fue el legendario luchador antitrujillista Juancito Rodríguez, cómo hizo su fortuna trabajando la tierra con sus manos, cultivando cacao y criando ganado en la zona de Barranca, La Vega, un territorio colonizado por él y otros mocanos que convirtieron en predios agrícolas lo que hasta los años 30 del siglo pasado no eran más que densas y húmedas selvas vírgenes.

Hoy, poquísimos dominicanos recuerdan, o saben, quién fue Simón Rodríguez García (Juancito Rodríguez), el padre de María Mercedes Rodríguez Vásquez (Pucha), la autora de este revelador testimonio.

Pucha describe a su padre con emociones contenidas a lo largo de esta sencilla autobiografía que cubre su infancia y primera edad adulta, entrelazando las memorias de su vida familiar con el recuerdo de las luchas de su padre por librar al pueblo dominicano de la más corrupta y sangrienta tiranía de América.

Juancito Rodríguez falleció en 1960 y hasta ahora nadie se había ocupado de escribir inextenso acerca de su ejemplar vida de trabajo y creación de riqueza cuyo éxito atrajo la envidiosa mirada del tirano Trujillo, quien no perdonaba que nadie tuviera más y mejor ganado vacuno que él.

Ese éxito le costó a Rodríguez tener que abandonar todo lo que había construido en el país y verse obligado a salir al exilio. Allí, tanto él como sus hijos, soportaron grandes sacrificios mientras contemplaban a distancia la destrucción de sus haciendas por Trujillo y sus paniaguados.

En el extranjero, el general Juancito Rodríguez dedicó toda su vida y su dinero a derrocar la tiranía de Trujillo. Invirtió sus recursos en la organización y compra de armamento para las expediciones de Cayo Confites (1947), Luperón (1949), y se gastó en esos empeños toda su fortuna y también entregó a la patria la vida de su hijo José Horacio en la expedición de Maimón y Estero Hondo.

Con incesante maldad el dictador Trujillo castigó cruelmente a los familiares de Rodríguez que quedaron en la República Dominicana, algunos de los cuales también perdieron sus bienes. Su hostigamiento no perdonó siquiera a los más jóvenes, como fue el caso de su hija Pucha, quien pasó por incontables humillaciones hasta que logró salir del país en 1950.

Este relato autobiográfico de Pucha Rodríguez impresiona tanto por lo que dice como por lo que guarda con discreción. Impresiona también que, a pesar de haber sufrido tantos dolores emocionales, Pucha no haya utilizado estas memorias para devolverles odio a quienes tanto daño les hicieron a ella y a su familia.

En este sentido, Pucha cuenta su historia desde una perspectiva espiritualmente superior, como quien observa su destino, adolorida ciertamente, pero consciente de que su vida estuvo regida por fuerzas superiores que ella no podía controlar, ni cuando niña ni como adulta.

Pucha estudió medicina y, aun cuando logró completar sus estudios, el dictador no le permitió graduarse formalmente, lo cual no le impidió sobreponerse a esa maldad y lograr ser calificada para trabajar en conocidos hospitales de los Estados Unidos.

Allí tuvo una vida de abnegación y entrega dedicada enteramente al servicio de sus pacientes, atenta ella todo el tiempo al bienestar de su envejeciente padre que vivía modestamente y con visibles carencias materiales en La Habana después de haber agotado todos sus recursos en su lucha contra la tiranía.

Este libro contiene, ciertamente, un relato doloroso cuya lectura se hace más llevadera por las anécdotas y el comedido humor de su autora, a quien la tragedia nunca le quitó el fino sentido de la ironía.

También enriquecen mucho esta obra las sencillas, pero realistas descripciones de la vida rural y pueblerina en Barranca y La Vega, los usos y costumbres campesinos, las experiencias de la vida universitaria bajo la dictadura, la educación en los colegios e internados católicos, las modalidades del espionaje, y las circunstancias de la vida trashumante de los exiliados dominicanos en el extranjero.

Con el rescate de este importante texto, hasta hoy desconocido, Jeanne Marion-Landais está rindiendo un valiosísimo servicio al estudio de la historia nacional, realizando con ello, al mismo tiempo, un largamente esperado acto de justicia y reconocimiento a don Juancito Rodríguez y a su sacrificada familia.

Con este libro se abre una nueva vía para el entendimiento y merecida exaltación del general Juancito Rodríguez, aquel gran héroe de la resistencia nacional que dio todo lo que tenía, incluida la vida de uno de sus hijos, para que la República Dominicana pudiera volver a vivir en plena libertad y democracia.