Cada cosa en su sitio

La lengua, aunque parezca una perogrullada, está hecha para hablar. De ahí que la lengua coloquial, la del día a día, a pie de calle, sea la más innovadora. La charla informal es, por definición, dominio del habla y no se ve ceñida por las normas de la ortografía, y a veces se escapa incluso de las de la gramática. La lengua coloquial es chivirica cuando de cumplir con ortografía y gramática se trata.

Una característica que compartimos prácticamente todos los que hablamos español es eliminar la -d- intervocálica en la terminación -ado/-ada en la conversación informal y decimos (que no escribimos) cansao, cansá o enculillao, enculillá. Aplicamos la misma elisión a la terminación -udo, muy propia en nuestra expresión popular, y convertimos canilludo en canillú, canilluda en canillúa, mueludo en muelú. Cuando los vemos escritos como las normas mandan, los extrañamos. Todos tenemos en mente ejemplos similares de adjetivos informales y muy expresivos que desafían las reglas ortográficas a fuerza de usarse casi exclusivamente en la lengua oral. Y no se conforman con poner en aprietos a la ortografía sino que se atreven además con la gramática.

En español el plural de las palabras terminadas en -i o en u tónicas puede formarse normalmente con -es o con -s: bisturís o bisturíes, tabús o tabúes. Nuestros adjetivos coloquiales prefieren la solución vulgar para pluralizar: canilluses o cocotuses.

Valgan para el lenguaje coloquial más relajado e informal; valgan para reproducir este lenguaje en las obras literarias, pero precaución a la hora de emplearlo en contextos formales o en la lengua escrita. Caso aparte son las formas lexicalizadas, es decir, palabras que ya han adquirido carta de naturaleza por designar realidades populares muy concretas: nuestros papeluses y platanuses carnavaleros se han ganado su nombre. Cada cosa en su sitio.

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