Efectos secundarios

La visita a la Feria del libro de Madrid para hablar sobre el Diccionario del español dominicano y sobre el léxico que los dominicanos aportan al caudaloso vocabulario de nuestra lengua común me deparaba una feliz y azarosa coincidencia. Durante unos diez días la Biblioteca Nacional exponía en la antesala del salón general de lectura el Códice de Vivar, único testimonio conservado del Cantar de mío Cid. Es un manuscrito humilde, de «factura modesta», como lo describe el folleto introductorio; un códice único que nos ha permitido leer una obra literaria única: el primer poema épico castellano conservado.

Lo extraordinario es que este códice único no se exhibe al público por razones de conservación. Después de estos diez días, volverá al silencio de su cámara acorazada en la Biblioteca Nacional, que permitirá que, aun sin verlo, se conserve esta joya literaria patrimonio de todos los que hablamos español.

Solo se permite el acceso a la sala a grupos limitados de veinte personas cada quince minutos. Impacienta la espera en la antesala, sabiendo que el Códice de Vivar está ahí mismo, a un paso. Franqueada la puerta, sorprenden sus modestas dimensiones, un pequeño ejemplar, en un pergamino ennegrecido y rugoso; setenta y cuatro hojas cubiertas por una letra maravillosamente legible abiertas por el episodio de la afrenta de Corpes. Y gracias al poder de la poesía, la buena poesía, incluso la escrita por allá por los siglos XII o XIII, la ternura y la humanidad de esas estrofas siguen brotando intensas y emocionantes.

En la escalinata de la Biblioteca Nacional mi hija y yo nos hicimos una foto para inmortalizar el momento. Mi cara, entre las lágrimas y la sonrisa exultante, muestra los efectos secundarios que produce el contacto con la magia de los libros.

María José Rincón González, filóloga y lexicógrafa. Apasionada de las palabras, también desde la letra Zeta de la Academia Dominicana de la Lengua.