Vivir al límite

Comportarse de manera impulsiva o tener dificultades para controlar la ira son algunos de los síntomas del trastorno límite de la personalidad

Algunos de los síntomas de este trastorno son los pensamientos suicidas y las autolesiones. (EFE/ David Arquimbau Sintes)

“¿Por qué podía sentirme bien y luego unos minutos o una hora más tarde estar llorando a mares? ¿Por qué a menudo me sentía tan incontrolable, tan súbita e intensamente angustiada? ¿Por qué tenía cambios de humor tan meteóricos? ¿Por qué sentía una angustia visceral tan hirviente que no podía hacer nada más que desquitarme conmigo misma en forma de autolesiones?”, escribía una paciente con motivo de una campaña de concienciación sobre el trastorno límite de la personalidad, organizada por varias entidades de salud mental del Reino Unido.

Una persona con trastorno límite de la personalidad “tiene diferentes patrones desadaptativos que llevan con ella durante mucho tiempo y que tienen que ver con las relaciones interpersonales, el manejo de las emociones y los pensamientos. Son patrones disfuncionales que le han generado muchísimo sufrimiento y desgaste a lo largo de su vida. De hecho, le han acompañado durante casi toda ella, por eso hablamos de un trastorno de la personalidad”, explica Ana Cabadas, psicóloga de la Asociación Madrileña de Ayuda e Investigación del Trastorno Límite de la Personalidad (AMAI TLP).

En lo relativo a los síntomas, Cabadas subraya que predominan la inestabilidad y el impulso. “Hay inestabilidad en las relaciones personales pues pasan de idealizar a devaluar a una persona en segundos. También hay inestabilidad en el estado de ánimo. Generalmente el estado de ánimo suele ser de tipo disfórico, enfocado en la tristeza y la apatía. Pero esto se alterna con un estado de ánimo más eufórico. Es decir, tienen picos de estado de ánimo diferente”, detalla.

Además, las personas con trastorno límite de la personalidad pueden comportarse de forma impulsiva. Algunos ejemplos de comportamiento impulsivo son la conducción temeraria, los juegos de azar, el gasto imprudente, los atracones de comida o el abuso de alcohol y drogas.

Asimismo, suelen sentir la ira de una manera inusualmente fuerte y, por lo general, tienen problemas para controlarla. Otro de los síntomas de este trastorno son los pensamientos suicidas y las autolesiones.

“Aunque hayan recibido el diagnóstico siendo adultos, muchos se han quedado en etapas anteriores. En la consulta, a veces, nos da la sensación de estar ante un niño de 6 años en el cuerpo de un adulto de 40. Por eso, hay que tener un ten con ten entre pedirle responsabilidades de adulto y saber que las va a asumir como un niño. Se requiere un equilibrio muy preciso y para eso los familiares necesitan mucha ayuda”, detalla.

Muchas veces son los familiares quienes empujan a la persona afectada a que busque ayuda profesional. Otras, en cambio, es la propia persona la que decide dar el paso. “Aunque se hayan quedado fijados en etapas anteriores, van teniendo experiencias del mundo adulto y van viendo cómo fracasan, por ejemplo, en las relaciones de pareja. Otra razón es su nivel de sufrimiento que, a veces, les lleva a tomar decisiones muy arriesgadas, como un intento de suicidio. Cuando se ven en el pozo, se dan cuenta de que necesitan pedir ayuda”, precisa.

Cabadas subraya que es necesario que el tratamiento del trastorno límite de la personalidad sea multidisciplinar. “Tiene que haber diferentes profesionales a cargo de la persona. Uno de ellos es el psiquiatra, que es quien prescribe la medicación. Es necesaria en la mayoría de los casos, sobre todo, al principio del tratamiento para manejar los síntomas desadaptativos como la ansiedad, el cuadro depresivo o la irritabilidad, que se traduce en agresividad. También es el psiquiatra quien debe valorar si, en momentos puntuales, debe haber un ingreso hospitalario por una crisis o un desajuste”, expresa.

Otro de los profesionales necesarios en el tratamiento del trastorno límite de la personalidad es el psicólogo. Cabadas recomienda que la terapia se lleve a cabo “una vez a la semana y luego, cuando la persona mejore, se puede espaciar a una vez cada quince días y después a una vez al mes. A veces debe intervenir también un trabajador social porque hay pacientes en riesgo de exclusión, sin ningún apoyo social”.

La especialista subraya que los objetivos del tratamiento son, primero, hacer disminuir el sufrimiento y la ansiedad y, luego, que se cumplan los objetivos vitales de la persona. Estos pueden ser tener una carrera y un trabajo o una vida estable en pareja. “El objetivo principal es conseguir estabilidad en todas las esferas”, concluye.

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