Frank Moya Pons: “He sido contagiado varias veces por el virus de la ficción”

Fue presidente de la Academia Dominicana de la Historia y secretario de Estado de Medio Ambiente y es el autor del Manual de historia dominicana, una de las obras más consultadas

El historiador dominicano Frank Moya Pons en la presentación de su libro El oro en la historia dominicana. Foto: Ricardo Hernandez

Se le considera el historiador más relevante del país, pero quienes conocen a Frank Moya Pons saben o intuyen que no se siente cómodo con la bien ganada notoriedad que trata de eludir, pese a que cada día deben zumbarles los oídos debido a que sus obras son consultadas en bibliotecas, archivos y recintos dedicados a la investigación social.

Aunque es un historiador inevitable, con una cuantiosa bibliografía de la que muchos investigadores querrían una porción, sigue trabajando y escribe una obra de larguísimo aliento, que tendrá cinco tomos, basados en fuentes primarias.

Si bien muchos lo sitúan en la cima, Moya Pons se siente “un obrero intelectual”. Cierto. Es un trabajador tenaz, pero no cualquiera, porque, además de todo lo que se sabe, la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra lo ha reconocido designando con su nombre una cátedra de estudios caribeños.

No es dado a dar entrevistas ni a presentarse en la televisión y menos a figurar por voluntad propia en las omnipresentes redes sociales. Pero quién sabe por qué sortilegio el autor accedió a responder preguntas de Diario Libre, lo que tal vez cause algún asombro, pues se revelan aspectos de su personalidad y se tocan temas que él no suele tratar en público.

¿Cómo vive la prolongada cuarentena? ¿Leyendo, escribiendo?

Leo y escribo. Hojeo y ojeo libros que hace tiempo estaban pendientes

¿Debemos conocer la historia para no repetirla?

La historia no se repite. Todo evento, episodio y proceso es único e irrepetible. Sus causas son distintas a las de todos los demás hechos históricos.

¿Hay que cuidar lo que se dice y se escribe o las palabras se las lleva el viento?

En general, es más factible que las ideas y las palabras se hagan más permanentes cuando se escriben o se publican. La mayoría de las cosas que se dicen se pierden porque no se registran por escrito, pero muchas sobreviven escondidas en la memoria individual o colectiva, y aunque no sean conocidas en el momento en que fueron hechas, tarde o temprano reaparecen. Dos ejemplos: el tardío descubrimiento de los manuscritos musicales de Juan Sebastián Bach y los rollos del Mar Muerto. Tarde o temprano, las cosas se saben. Bueno, no todas

¿Se precisa amar este país para escribir tanto de él?

Sí, creo que sí. El país, la patria: duelen.

En la época de la Guerra Fría, cuando hubo mucha confrontación ideológica, ¿qué significó para usted hacer su doctorado en los Estados Unidos y no en la ya disuelta Unión Soviética?

Nunca pensé en ello. Era natural que fuese a los Estados Unidos. Mi padre estudió allá, y en mi casa se escuchaban diariamente las estaciones de radio estadounidenses y se hablaba inglés ocasionalmente. Estuve a punto de ir a Francia a estudiar filosofía cuando terminé la licenciatura. Gané una beca para ello y el mismo día en que viajaba a Santo Domingo a recibir la beca, yendo por Bonao, me enteré por la radio de que el gobierno de Bosch había sido derrocado. Ahí terminó la cosa. Varios años después, me gané una beca Fulbright y me fui a Estados Unidos a estudiar historia de Europa y de América Latina. Nunca se me ocurrió ir a estudiar a la Unión Soviética ni a ningún otro país bajo su órbita. No iba con mi forma de pensar liberal o libertaria. Siempre creí mucho en el lema: “Vivir y dejar vivir”.

¿Cómo reaccionaba cuando le atribuían ser un historiador de la derecha?

Siempre me ha divertido mucho esa acusación proveniente de ciertos pontífices e ideólogos marxistas que utilizaron la historia dominicana para promover programas políticos. Algunos, los más vagos o incompetentes, eran los más vociferantes. Nunca les respondí. Me limité siempre a trabajar mucho más que ellos para volar más alto.

¿La historia solo la escriben los vencedores? ¿Y qué pasa con los vencidos?

La escriben los dos: vencidos y vencedores. A propósito de esa pregunta, escribí hace algunos años un artículo titulado “El testimonio de los vencidos”, en el cual creo demostrar que la reciente historia política dominicana está siendo escrita e impulsada por los que perdieron la Guerra Fría y por los derrotados por la dictadura de Trujillo. Está publicado en el libro “Otras miradas a la historia dominicana”.

En un historiador como usted, ¿qué tan importante es la metodología de investigación?

Hay una base de principios generales que se remontan al historiador alemán Leopoldo von Ranke. De esa base derivan las técnicas de investigación que han sido enriquecidas por los practicantes de la profesión durante los últimos dos siglos. En ese proceso los historiadores descubrieron que el método no es todo y que la teoría debe iluminar el método. En todo historiador reside alguna teoría de la historia, implícita o explícita, de la cual se deriva una teoría de la sociedad. No hay método válido sin una buena teoría. El historiador debe hacerse consciente de cuáles son su teoría de la realidad y su teoría social. Sobre esto se puede hablar mucho, mucho.

Después de escribir mucho sobre diversos períodos, ¿tiene algún tema pendiente?

Oh, sí, varios. Pero no puedo ocuparme de ellos hasta que escriba el último tomo de una obra en cinco volúmenes que vengo escribiendo hacer varios años y que ha ido creciendo según han ido apareciendo documentos. Está toda basada en fuentes primarias, en documentos de archivo.

Su libro “Geografía histórica dominicana”, debió sorprender a quienes no conocen sus aficiones. ¿Cómo surgió su interés por ese tema y el medio ambiente?

Creo que nací con esa curiosidad. A los doce años comencé a caminar por las estribaciones de la Cordillera Central en La Vega. Estoy familiarizado con el campo, la agricultura y la ganadería desde niño, pues hubo una época en que nuestra familia residió en la finca de mi padre, a cuatro kilómetros de La Vega. Aquel era entonces un mundo rural-rural en el cual pasaba muchas horas hablando con los campesinos y sus hijos, quienes tenían un riquísimo mundo de observaciones, experiencias y creencias. Durante los años en que asistí a la escuela secundaria fueron muchas las tardes en que los muchachos nos íbamos al río a nadar y pescar. Íbamos a pie, a lugares que distaban varios kilómetros del pueblo. Tuve una infancia y juventud entre pueblerina y campesina, pues vine a la gran ciudad cuando entré a la universidad. La cercanía y vivencia del mundo rural me despertó la curiosidad por la geología, la geografía, la flora, la fauna y la economía agrícola. De adulto me hice explorador. Anduve conociendo gran parte del país, hice buceo en muchos sitios y, luego, me hice piloto hasta volar exhaustivamente todo el territorio de la isla.

Investigadores y estudiantes de historia consultan sus libros. Y usted, ¿a quién consulta?

Consulto documentos. Me gusta el trabajo en los archivos y la lectura de documentos primarios, publicados o no. Leyéndolos siento como que estoy viendo y escuchando a los personajes que los crearon o a quienes mencionan esos papeles. Recomiendo a los que se interesan en hacerse historiadores que se acostumbren a leer las colecciones documentales. Hay muchas en el país que esperan ser leídas y consultadas tanto por los aficionados como por los historiadores profesionales.

¿Cuáles intelectuales o historiadores fueron claves en su formación?

No olvido a un profesor llamado Thomas Helde, con quien tomé un curso de historiografía, teoría y métodos en Georgetown University. Luego, descubrí en Harry Hoetink el tipo de historia que me gustaba leer y escribir. Mi tutor en Columbia University, Herbert Klein fue clave para redondear mi formación pues me introdujo en el uso de los métodos cuantitativos.

¿Alguna vez se ha sentido tentado a cultivar la ficción?

Sí, he sido contagiado varias veces por el virus de la ficción que me ha implantado la tentación de escribir una o dos novelas que me permitan ir más allá de lo que dicen los documentos. No lo he hecho, sin embargo. No sé inventar bien. Aun así, me gustaría algún día ir más allá de la historia. Soy depositario, en cierta manera, de una memoria oral familiar que va muy lejos hacia atrás en la historia dominicana. Mi padre nació en 1897 y vivió casi ciento un años con su memoria intacta. Le complacía mucho recordar y relatar episodios nacionales antiguos, al igual que a su hermano mayor, quien nació en 1888. Ambos tenían mucha conciencia de la historia de su pueblo y estimulaban mi imaginación con relatos que se remontaban a sus abuelos y bisabuelos, personajes que vivieron en el siglo XVIII, o a sus tíos y otros parientes que vivieron en pleno siglo XIX. La nuestra es una familia muy vieja en el país que antes de mí dio otros dos reconocidos historiadores: Casimiro N. De Moya y Manuel Ubaldo Gómez Moya, ambos autores de sendas historias nacionales. En mi casa se hablaba todo el tiempo de historia. Tal vez por esas memorias fui consciente, desde temprano, de la existencia de una historia nacional no contada que tal vez merezca ser consignada en una gran novela histórica. No sé, no estoy seguro de que me aventure a escribir esa novela algún día.

¿Alguna recomendación para quienes desean historiar?

Oh, sí: Estudien ciencias sociales: economía, antropología, sociología, geografía, demografía. No descuiden las ciencias naturales: geología, botánica, zoología, ecología. Lean libros de documentos para conocer las voces de los protagonistas. Lean buena literatura, no mucha, solo los mejores libros de los mejores escritores. Utilicen los diccionarios todo el tiempo. Escriban mucho, aunque no publiquen nada. Escriban y escriban hasta que la escritura les salga naturalmente, pero traten de escribir con claridad, sin rebuscamientos: escribe claro quien piensa claramente. Cuando escriban, apaguen las pasiones y, sobre todo, no mientan.

¿Es verdad que se siente más cómodo tras bambalinas que bajo los focos?

Es verdad. Tengo mucho miedo escénico. Cada año se me acrecienta más. No voy a la televisión ni participo en las redes sociales. Las temo. Le temo a la fama, aunque usted no lo crea.