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¿Cuándo cambió el dominicano de hoy?

El totalitarismo a la manera de Trujillo se quedó atrás para repetirlo en la nueva República Dominicana. La mentalidad dominicana no lo aceptaría.

Decir que la República Dominicana de 1961 era la misma de 1930, más que exageración podría parecer una provocación; decir que a los exilados que regresaron a Santo Domingo a raíz de la muerte de Trujillo no les sorprendió que la conducta de sus compatriotas fuera la misma que tenían cuando se vieron forzados a dejar a sus familiares, a sus amigos y al país para iniciar un viaje que parecía no tener fin. No importa que ese exilio se iniciara en 1930, 1935 ó 1958. Durante los 31 años de la dictadura de Trujillo se trabajó para que la mentalidad dominicana no evolucionara. Se trabajó para que se mantuviera inmóvil. Estática.

Para preservarse, el régimen de Trujillo se propuso como meta aislar a los dominicanos del resto del mundo. El desarrollo intelectual mundial después de la Segunda Guerra Mundial les fue vedado a los que nunca pudieron salir de República Dominicana. Se escribió poco porque era difícil burlar la vigilancia de los servicios de inteligencia, pero se exaltó el desarrollo industrial y la modernización material del país dejando de lado el estímulo necesario para desarrollar el pensamiento dominicano con relación al desarrollo del mundo exterior. Las ciencias humanas podrían compararse con las que se practicaban en los tiempos de la inquisición, pero con los métodos del macarthysmo. El vocabulario político dominicano era reducido. Muchos de los términos propios para el análisis político podían prestarse a confusión y hasta llevar a la cárcel a quienes los utilizaban, cuando no a la muerte. Argumentar que Juan Bosch había traído la lucha de clases a la República Dominicana a su llegada el 20 de octubre de 1961, muestra el desarrollo político dominicano de entonces.

De ese inmovilismo Bosch se dio cuenta. Realizó una campaña electoral como si nunca hubiera salido de Santo Domingo. Su discurso, avalado por una fuerte experiencia política en Cuba y otros países de América Latina, llegaba a las masas. El resultado de las elecciones del 20 de diciembre de 1962 refuerza lo que precede. Los políticos dominicanos Viriato Fiallo, por ejemplo, no podían darse cuenta de eso. Fiallo sabía, tal vez, cómo había que combatir a Trujillo, pero no había pensado cómo debía enfrentar a Bosch.

Los años que van de 1961 a 1965, pasando por elecciones libres y golpe de Estado, eran años de transición que iban a terminar con la guerra civil que estalló el 24 de abril de 1965 y, cuatro días después, con la intervención militar de Estados Unidos. Los cambios que no se produjeron luego de la muerte de Trujillo iban a comenzar durante esos meses de la primavera y el verano de 1965. Poco importa que la guerra sólo tuviera lugar en la ciudad de Santo Domingo; poco importa que los revolucionarios sólo ocuparan 52 cuadras de la parte baja de la ciudad; poco importa el número de muertos. En realidad, lo que cuenta es lo que esos meses de enfrentamientos entre compatriotas y entre dominicanos e interventores significó en la mentalidad dominicana.

Sin negar la influencia que puedan tener hoy los 31 años de Trujillo en los dominicanos, la revolución de abril de 1965 iba a acelerar la evolución de la mentalidad dominicana. Esa evolución no se debe juzgar en términos maniqueos. No se trata de saber si fue bien o mal lo que resultó de esa revolución. Se trata de asumir que a partir de entonces el dominicano es otro. Si se busca un resultado, la intervención militar estadounidense hizo todo para que la revolución no triunfara, durante los doce años de Balaguer se consolidaron las bases que alejarían definitivamente a la República Dominicana de un régimen socialista. Fue durante esos años post-1965 que se inició el primer gran éxodo de lo que sería años más tarde la diáspora dominicana en el extranjero. Primero hacia Estados Unidos, Puerto Rico y Venezuela; luego, hacia España y otros países de Europa, y hoy en todo el mundo.

Recuerdo un texto de René del Risco Bermúdez, publicado poco después de la guerra de abril, que entiende el cambio que se había operado en la mentalidad dominicana. El título mismo es evocador: “La oportunidad” (En el barrio no hay banderas, 1974). Se trata de un joven que tiene una cita en una agencia publicitaria con fines de ser empleado allí.

Al llegar a la agencia, una manifestación de protesta tiene lugar en la esquina. Un momento de reflexión y, al mismo tiempo, de hesitación entre la manifestación y la oportunidad que se le presentaba de trabajar en una agencia publicitaria. Frente a él estaban las escaleras que le conducirían al trabajo, en la esquina los manifestantes. Finalmente sube las escaleras y lo demás huelga.

El dominicano de hoy, como he dicho, es otro. Las diferentes crisis, ya sean políticas, económicas y/o sociales de la República Dominicana, han dado al traste con cierto ideal que tuvieron los jóvenes post-65. El desarrollo tecnológico y el libre acceso a las autovías de la información y la inevitable globalización, sin olvidar el paso de un milenio a otro, han hecho al dominicano menos insular, más libre e independiente, con otros valores ni mejores ni peores que los de otros tiempos, simplemente los del mundo de hoy. Es decir, una nueva conducta, una nueva mentalidad a la que, a pesar de su aparente indiferencia política, sería muy difícil imponerle un régimen dictatorial de tipo tradicional. El totalitarismo a la manera de Trujillo se quedó atrás para repetirlo en la nueva República Dominicana. La mentalidad dominicana no lo aceptaría. Se podría coartar la libertad en algunos sectores, se podría encarcelar y asesinar, pero someter como se hizo hace apenas 49 años, cuando no existían la televisión vía satélite, el internet ni el teléfono celular para sólo citar el progreso tecnológico al alcance de todos, es imposible.

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Diplomático. Escritor; ensayista. Academia Dominicana de la Lengua, de número. Premio Feria del Libro 2019.