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Alimentos
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De la colmena a los barrios

Hace exactamente 79 años, la miel de un apicultor de la Línea Noroeste, Salvador Ferrer, ganó medalla de oro en una feria internacional celebrada en París. Un blasón que los apicultores de la frontera noroestana dominicana heredan emocionalmente. En homenaje al distinguido precursor, pero también como si con ello quisieran erigirlo en espíritu tutelar, las asociaciones de Dajabón, Monte Cristi, Santiago Rodríguez y Villa Vásquez han formado una poderosa cooperativa que lleva su nombre.

Con una tradición apicultora que se remonta al siglo XVIII, la zona produce una miel de excelente calidad. Ambarina, fluida. Una miel ahora más dulce –si cabe decirlo— para los productores que han visto crecer sus ingresos desde que en 1992 comenzaran a asociarse en sus respectivos lugares de origen.

El paso del asociacionismo al cooperativismo lo darán en abril del 2006. Como primera cosa, prescindieron de los intermediarios y vieron crecer exponencialmente sus capacidades negociadoras y los ingresos. José Santiago de la Rosa, presidente de la Asociación de Apicultores La Fronteriza, de Dajabón, ofrece un dato que basta por sí solo para entender cuánta fuerza han ganado con la autogestión. Hace apenas nueve años, los tanques de sesenta galones de miel eran comprados al apicultor por siete mil pesos; en este momento, la misma cantidad les ingresa veintiocho mil.

Ahora, con un bagaje práctico nutrido con modernos saberes, adquiridos en decenas de actividades formativas, la asociación que lidera De la Rosa, como otras de las llamadas “cadenas de valor” auspiciadas por la Agencia de Desarrollo Económico y Territorial de Dajabón (Adetda), también ha logrado establecer relaciones comerciales con el Grupo CCN, que les paga los sesenta galones a treinta mil pesos. No es que sea un negocio redondo; el alto costo que tiene para los productores el envase exigido en el contrato merma el margen de beneficios. Ya verán cómo se las arreglan sin desmerecer ni calidad ni estética.

Lo que sí preocupaba el día de la entrevista a los apicultores dajaboneros, hasta casi quitarles el sueño, es la “invasión” de sus pares de Monte Cristi que, espoleados por la extrema sequía en su provincia, trasladan sus cajas para situarlas subrepticiamente cerca de los apiarios de sus vecinos.

“La provincia de Monte Cristi siempre ha sido seca, pero este año la sequía se ha prolongado y sus abejas han sido afectadas. No es como aquí, donde todo está verde. Hace casi un año que no llueve en Monte Cristi y los apicultores de allá, para salvar sus abejas, están cogiendo para acá. Pero vienen en la época en que se produce en Dajabón, y eso quiere decir que no producen ellos ni nosotros”, se lamenta De la Rosa.

Hasta entonces el problema no había sido resuelto. El sentimiento de desprotección era el signo. La justicia, a la que han acudido en busca de amparo, no les ha dado respuesta. Tampoco las autoridades locales. Las vías institucionales están lejos de garantizar nada. La mayoría de estos “invasores” no están asociados; es decir, carecen de vínculos que les hagan entrar en razones. Van por la libre. El último recurso fue una carta de advertencia, entregada a la directiva de la cooperativa y a las diversas asociaciones pidiéndoles adoptar medidas. Quieren evitar que la indignación se convierta en violencia.

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Infografía
Una colmena propiedad de José Santiago de la Rosa, presidente de la Asociación de Apicultores La Fronteriza, de Dajabón. (FOTO: MARVIN DEL CID)

Pero frente a las colmenas, en cuyas puertas se agolpan las obreras, De la Rosa arrincona cualquier ánimo que interfiera el placer de hablar de las abejas cuya estricta organización “las hace vivir en una sociedad mucho mejor que la de los humanos”.

Antes de encontrarse con la apicultura, el dirigente asociativo fue servidor público. A las abejas agradece haberle convertido en pequeño empresario con dos ayudantes a su cargo. Pero más que la sustancial mejoría en sus ingresos, él valora lo que le han enseñado estos pequeños insectos. “Cuando estoy en el apiario pierdo la noción del tiempo al punto de que me olvido de comer”.

Dueño de casi doscientas cajas, le conoce a la abeja todos sus secretos. La sobremesa en El Fogón de Filó es ocupada por su incesante hablar sobre el cuasi mágico poder curativo de su picada, de las jerarquías que organizan el panal, de la miel y sus incontables y benéficas propiedades. De la oportunidad perdida a causa de la muerte del mentor panameño de aprender aún más sobre ese micromundo de sus desvelos.

Resalta, por demás, el positivo impacto ambiental de la apicultura. El apoyo recibido por los apicultores, estatal o de la cooperación internacional, tiene entre sus condiciones la plantación de árboles de las especies de mayor potencial melífero. Solo la Asociación de Apicultores La Fronteriza debe plantar veinte mil para responder a las exigencias.

La cooperación internacional ha jugado un papel preponderante en esta revaloración de la apicultura, apunta De la Rosa. En el marco del proyecto “Fomento de la apicultura en la región noroeste de la frontera”, organizaciones tan diversas como la Unión Europea, el Jardín Botánico, la Fundación Panamericana de Desarrollo y el Centro de Desarrollo Agropecuario y Forestal, además del propio gobierno, han arrimado el hombro al esfuerzo de los asociados por mejorar la productividad y la calidad de la miel.

Los logros son tangibles como lo demuestra de que, durante los últimos cuatro años, la Cooperativa Salvador Ferrer haya logrado colocar la miel producida por las asociaciones en los Estados Unidos. En el 2011, año de la primera exportación, la entidad colocó en el mercado norteamericano un furgón con 66 tanques de 60 galones de miel cada uno. En el 2015 las exportaciones anuales totalizaban 15 furgones, lo que habla del éxito del emprendimiento. Descontados los gastos, los beneficios obtenidos se reparten entre los asociados.

Con apoyo financiero externo y gastos propios, los apicultores han construido un apiario para la reproducción de reinas que se distribuyen entre los miembros de la cooperativa, modernos centros de acopio y salas de extracción que elevan de rango la calidad de la miel. Muestra a la vista es la instalación en Dajabón de una automatizada sala de decantación y procesamiento --que permite a la Asociación de Apicultores La Fronteriza suplir la demanda del Grupo CCN— para la cual contó con financiación del Fondo Milanés para la Cooperación Internacional.

Más recientemente, la Cooperativa Salvador Ferrer recibió del gobierno una donación de cuatro millones y medio de pesos destinados a que los apicultores con menos de ochenta cajas puedan llegar a ese número y hacer rentable la actividad. A ello se agrega la promesa presidencial, formulada durante una visita sorpresa, de un préstamo de 24 millones de pesos a través del Fondo Especial para el Desarrollo Agropecuario (FEDA) para elevar la productividad. Todavía no ha sido desembolsado y De la Rosa prefiere atribuírselo a la engorrosa tramitación de los documentos que debe aportar cada cooperativista.

Ante tal panorama de presumible abundancia, vale preguntar si no llegará el momento de la saturación del mercado. De la Rosa dice que no, que “no hay peligro de sobreoferta porque ahora entra directamente el mercado europeo”. Hasta ahora, Puerto Rico hacía de intermediario en el lucrativo negocio.

Tras cada viaje de fecundación en primavera, una abeja reina deposita miles de huevos diariamente. Lo hará durante una vida que puede, en promedio, llegar a seis años, dice De la Rosa; a tres, afirman otros especialistas. En el trabajo coreográfico del panal, las responsabilidades compartidas hacen posible la abundancia. Es, en opinión de De la Rosa, el resultado de la disciplina y la cooperación. Dos virtudes que los apicultores noroestanos han hecho suyas en la demarcación de su propia ruta de progreso.

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Infografía
Yulenny González, derecha, observa en un móvil unas fotos de productos realizados por una micro empresaria. (FOTO: MARVIN DEL CID)

Las mujeres también se organizan

En el denso entramado organizativo dajabonero, las mujeres ocupan lugar preponderante. Dos mil de ellas, del total de 31,012 contadas en el Censo de Población de 2010, están organizadas en la Unión de Centros de Madres Mujeres Fronterizas de los municipios Dajabón, Partido y El Pino.

El objetivo es claro: obtener mejor calidad de vida e impulsar el desarrollo de las asociadas a través de actividades formativas coordinadas, entre otras instituciones, con el Instituto de Formación Técnica y Profesional (Infotep) en áreas que generen ingresos. La selección de los cursos no es arbitraria; se decide en consulta con las mujeres sobre sus expectativas. Los instructores son en su mayoría nativos de la provincia con los niveles académicos requeridos.

A través de las Escuelas Radiofónicas Santa María, la Unión de Centros de Madres llega igualmente a aquellas mujeres que por limitaciones de diversa índole –desde la distancia a la prole numerosa— no pueden asistir a la escuela.

Rosa Mary Helena, delegada de la organización, es un ejemplo de esta denodada lucha contra la ignorancia. Se casó, tuvo hijos, estudió por las Escuelas Radiofónicas, asistió al liceo nocturno y, finalmente, se graduó de licenciada en Enfermería, profesión que ejerce en el asilo de ancianos regenteado por cuatro animosas monjas mexicanas de la orden Siervas de Jesús.

Tímida al principio, en dominio absoluto de ella misma apenas cinco minutos después, Helena encomia el esfuerzo de mujeres “que se han superado” y ahora tienen pequeños negocios de repostería, confecciones, tapizado, manualidades... Muchas de ellas han recibido pequeños préstamos para salir adelante.

“En coordinación con la Fundación Agrega tu Luz, de Canadá, iniciamos un programa de préstamos a estas mujeres –comenzamos con cinco mil pesos y ya estamos en veinte mil—para que compren sus insumos. Pero también prestamos para mejorar la vivienda que, cuando comenzaron, eran de diez mil pesos y ahora de treinta mil, dependiendo de la demanda”, añade Helena mientras Yulenny González, presidenta de la UCMMF, asiente sonriente.

No son estos los únicos aportes monetarios que realiza la organización, acota González. En el 2014 iniciaron junto con CE-Mujer la otorgación de créditos que, en la actualidad, pueden alcanzar los quince mil pesos. A diferencia de los fondos manejados con la Fundación Agrega tu Luz, que le deben ser retornados, incluidos los intereses, los de CE-Mujer se quedan para impulsar nuevos proyectos.

Son 34 años de andar en estos menesteres. Tiempo en que las mujeres de Dajabón, Partido y El Pino han aprendido a reconocerse en las otras, a enfrentar juntas lo bueno y lo malo, incluidas las necesidades económicas y afectivas.

Impulsada por la emisora católica Radio Marién, y con la asesoría del padre Guillermo Perdomo, la Unión de Centros de Madres Mujeres Fronterizas no solo se ocupa de las mujeres, bueno es decirlo. En ese Dajabón que sorprende por su valoración de lo colectivo, también se ocupa del municipio, del barrio, de la comunidad.

“Cada día hay más demanda. Antes no era así. Cuando inició, éramos apenas catorce centros, ahora son setenta y siete. La unión nace con la asesoría del padre Roberto Alonso a raíz de un movimiento reivindicativo que hubo en Sanché en 1981. Nos dimos cuenta de la importancia de que todos los sectores se organizaran. Vimos que juntos era la única manera de alcanzar los objetivos que quisiera la comunidad”, dice González.

Si algo caracteriza el trabajo de estas mujeres es su naturaleza asamblearia. Mes por mes se reúnen representantes de cada uno de los centros para dar a conocer a las demás lo que han hecho y lo que tienen en la carpeta de lo inmediato. Un trabajo que incluye la solidaridad activa con los vecinos más necesitados. Cada semana, de un fondo común aportado por las socias, cada centro provee de los alimentos necesarios a una familia del barrio en que se asienta. O solventan los gastos funerarios de la familia de las asociadas.

“Cuando las mujeres comenzaron a organizarse y a reunirse, muchos hombres se oponían a que sus esposas participaran con el argumento de que estas irían a ‘chismear’ y porque, cuando llegaban a las casas, estaban ‘volteadas’. Pero el tiempo y nuestro trabajo les han ido creando conciencia y ahora son ellos los primeros en alentar a sus esposas a la participación y en recordarles sus obligaciones”, testimonia González.

Convencidas de que la brega por una sociedad más igualitaria pasa por hacer funcionar también al Estado, han exigido las prerrogativas que la ley les acuerda. Verbigracia, la Oficina de Género del ayuntamiento y la Unidad de Atención a Víctimas del Ministerio Público, inaugurada pero disfuncional esta última, en un Estado cuya dispersión es norma y la violencia de género e intrafamiliar marginal en el discurso político.

“Los índices de violencia intrafamiliar son bajos en Dajabón, pensamos que por el nivel de organización que tenemos. Además, nosotras nos percatamos de que los cursos y las charlas solo estaban siendo recibidos por las mujeres y que era necesario llegar a donde se juntan los hombres”, explica González.

Así lo hicieron, han tenido éxito y se alegran. Reconocen, empero, que “todavía falta mucho” para que la lucha contra la violencia intrafamiliar y de género, con su correlato de igualdad, sea vista como responsabilidad de todos, hombres y mujeres. Hay que vencer patrones culturales, viejas ideas que lastran el disfrute. Que separan almas y cuerpos. Pero no se arredran. Al fin y al cabo, como dice la vieja canción de Gloria Martín que han convertido en himno, “la vida empieza donde todos somos iguales”. Y ellas viven para lograrlo.

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