50 años del Apolo XI: la huella que dejó la Luna en los hombres

Los astronautas estadounidenses Neil Armstrong y Michael Collins y Edwin Aldrin (i a d), tripulantes del Apolo 11, cohete que los transportó hacia la Luna, un viaje del que el próximo 20 de julio se cumple el 40 aniversario. (EFE)

“¿Y ahora qué? ¿Qué hace una persona cuando ha logrado el sueño de su carrera? ¿Qué hace un hombre a los 39 años tras haber caminado sobre la Luna?”. Estas cuestiones abrumaban la mente del segundo hombre que pisó nuestro satélite, Edwin “Buzz” Aldrin, tras regresar de su histórica odisea.

La honestidad de Aldrin, sus luces y sus sombras, y la angustia existencial poslunar que encierran estas preguntas se compilan en la autobiografía “Magnífica Desolación”. Su título corresponde a los términos exactos con los que el astronauta estadounidense definió el paraje lunar aquel 20 de julio del 1969, cuando el Eagle hundió sus patas en la polvorienta superficie del Mar de la Tranquilidad.

De los tres astronautas embarcados en la misión Apolo XI, solo Armstrong y Aldrin pisaron la Luna, mientras su compañero Collins vagaba indefinidamente por la órbita del satélite en la nave Columbia.

Armstrong, comandante de la misión, fue el primero en descender la escalinata del Eagle para, acto seguido, sellar en el imaginario colectivo la frase “un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad”.

Para Aldrin, ente competitivo por deformación profesional militar, siempre fue una losa ser recordado como “el segundo” hombre que pisó nuestro satélite.

La falta de capacidad de “Buzz” para asimilar su regreso a la Tierra, la desatención psicológica del Gobierno de Estados Unidos y unos antecedentes familiares truculentos, provocaron en este astronauta su hundimiento en un alcoholismo depresivo que destrozó su matrimonio, su economía y su salud. Él había dejado su huella en la Luna y la Luna había dejado huella en él.

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