Margaritha y Marianne, una vida volcada en los enfermos de lepra surcoreanos
Andrés Sánchez Braun
Seúl, 18 nov (EFE).- Margaritha y Marianne pasaron 40 años cuidando y dando cariño a enfermos de lepra en una remota isla surcoreana en la que las autoridades exiliaban entonces a los que padecían este mal. Una campaña pide ahora otorgarles el Nobel de la Paz a estas dos enfermeras austríacas.
Sorok ('cervatillo' en coreano) es una hermosa isla de la costa suroeste con forma de cría de ciervo y una oscura y dolorosa historia que arranca en tiempos de la ocupación japonesa (1910-1935).
El Ejército Imperial nipón decidió en 1916 convertirla en colonia de cuarentena para personas con el mal de Hansen, a las cuales obligó a realizar trabajos forzados y esterilizó forzosamente, una práctica esta última que continuó tras la retirada japonesa.
'ÁNGELES DE OJOS AZULES'
En 1966, Marianne Stöger y Margaritha Pissarek, que por entonces contaban 28 y 31 años, se establecieron en Sorok, un lugar que ya no abandonarían durante las siguientes cuatro décadas y en el que aún son recordadas como 'los ángeles de ojos azules'.
Ambas se habían conocido siendo adolescentes mientras trabajaban en un hospital austríaco y, como enfermeras adscritas a una institución católica, habían atendido a pacientes con lepra en lugares como Francia, India u otras zonas de Corea del Sur antes de Sorok.
Lo primero que pensó Marianne al llegar a la isla fue que en el lugar 'no había esperanza', tal y como evoca, en un perfecto coreano, un documental grabado para la campaña que pide para ambas el Nobel.
Como voluntarias, ambas se volcaron precisamente en traer esperanza a unos pacientes que seguían siendo arrojados en aquel reducto -en muchos casos por sus propios padres siendo niños- incluso después de que en 1963 el Gobierno surcoreano decretara innecesaria la cuarentena para enfermos de Hansen.
EL ESTIGMA QUE PERSISTE
'En el pueblo todos se volvían cuando aparecía. Debía parecerles un monstruo', cuenta en el documental Lee Nam-cheol, exinterno en Sorok que hoy, ya curado, sigue residiendo en la isla al igual que la mayoría de antiguos pacientes, que consideran que aún hoy en tierra firme se les sigue estigmatizando.
'A mi familia le prohibieron usar el único pozo del pueblo. Recuerdo ver regresar a mi madre con el cubo vacío. Creo que fue entonces cuando mis padres decidieron enviarme a Sorok', rememora Lee.
Como el resto de residentes de Sorok, recuerda cómo, a diferencia de los médicos y el resto de enfermeras, Marianne y Margaritha nunca se pusieron guantes para terapias o exploraciones.
Fueron las primeras en tratarlos como personas y no enfermos altamente contagiosos -creencia que persistió durante décadas pese a que ya en los cuarenta se certificó que el 95 % de la población es inmune a la bacteria- brindándoles un cariño que hasta entonces apenas habían conocido.
Ambas se entregaron también a la gestión del centro infantil de la isla (muchos pacientes se veían obligados a traer a sus hijos), donde presenciaron algunos de los episodios más tristes, ya que, para evitar que los niños se contagiaran, a los padres solo se les permitía ver a sus hijos desde lejos y con una verja mediante.
A los menores hasta se les ponía de espaldas a la reja si ese día soplaba viento desde donde se encontraban sus progenitores.
UNA PARTIDA INESPERADA
Tras casi 40 años en la isla, ambas se fueron un día de noviembre de 2005 sin previo aviso.
Dejaron una carta que les hizo más fácil la despedida y en la que explicaban que Marianne necesitaba tratamiento para el cáncer que le habían detectado.
Sorok ha cambiado desde entonces, unida hoy a tierra firme mediante un puente y con un nuevo hospital inaugurado en 2016, pero el recuerdo de las dos permanece imborrable hasta el punto de que en 2017 se creó un Comité de Recomendación, que ya ha recogido más de un millón de firmas de apoyo, para concederles el Nobel en 2020.
La campaña cuenta con el apoyo de la Asociación Coreana de Enfermeras y Enfermeros (KNA) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), que precisamente ha designado el año próximo como 'Año de la Enfermería' coincidiendo con el 200 aniversario del nacimiento de Florence Nightingale.
En un acto celebrado recientemente en Seúl, KNA recordó también que ambas fueron clave a la hora de eliminar prejuicios asociados a la enfermedad en la propia comunidad médica que trabajaba en la isla, financiaron con campañas benéficas medicamentos y nuevas instalaciones en Sorokdo y se preocuparon de que sus pacientes curados accedieran a becas de estudio o a parcelas agrícolas.
'Marianne y Margaritha siempre han sido tremendamente humildes y no se han involucrado en la campaña porque les da vergüenza', relató durante este acto el presidente del Comité de Recomendación, el exprimer ministro surcoreano Kim Hwang-sik.
Ambas residen en Innsbruck, donde Marianne sigue siendo voluntaria tras tratarse con éxito el cáncer y Margaritha vive en una residencia, donde su amiga la visita tres veces a la semana, tras comenzar a desarrollar Alzheimer en 2013.
Pese a la enfermedad, recuerda a la perfección su vida en la isla.
'Viví ahí toda mi vida; claro que pienso en ello', explica en el documental, también en perfecto coreano.
'Los echo de menos a todos', dice melancólica sobre sus pacientes mientras su mirada parece transportarla de nuevo a la remota Sorok. EFE
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