La llamada telefónica

Esta pandemia ha producido tantos cambios que parece una novela de Stephen King

Guardo silencio y escucho a mi amigo hablando. (Ilustración: Luiggy Morales)

Nunca pensé que una pandemia iba a producir tantos cambios, si me lo cuentan no lo creo, parece una novela de Stephen King -José habla sin pausa por teléfono, apenas respira-. Esto que estamos viviendo supera la imaginación de cualquiera, un virus que nos ha obligado a ser todos iguales, aquí el dinero no sirve para nada, o si eres feo o bonito, blanco o negro, este Covid es una receta para morirse, ¡qué barbaridad!

No puedo interrumpirlo, está acelerado, luego de tres meses encerrado en su apartamento llama a todos sus amigos y les cuenta su vida, a mí me tocó hoy.

-A mi mujer me la sé de memoria, tantos años juntos y ahora hasta adivino lo que suena -sigue corrido-, tres meses sin separarnos ni para ir al baño es de locura. Tú que eres creyente, dile a tu Dios que me dé un chance, se le ha ido la mano, tanta intimidad con la doña asfixia. No me deja ni sacar al perro, la excusa es que soy de alto riesgo con mis setenta años, ni me deja leer los periódicos porque están contaminados, ¡ufffff!, además nunca había olido tanto alcohol en mi vida y tú sabes que soy bebedor de romo, pero que me lo unten... ¡no jodan! Hace una ligera pausa y coge fuerzas.

-A un vecino con poca paciencia el Covid le acabó el matrimonio.

-¿Y cómo así? -intercalo.

-Imagínate que P (por razones de respeto solo pongo la inicial) salía a trabajar muy temprano todos los días y regresaba en las noches; con esta condena, se enfrentó a su mujer, que es una fanática religiosa, y la cosa acabó mal. Ahora mi amigo se ha declarado budista y soltero.

-Es un chiste, ¿verdad?

-Nada de eso, ya está mudado en su nuevo apartamento y respirando mejor, hasta llegó a pensar que se había contagiado la cosa esa con los nervios.

-¿Y tú cómo estás? Logré encontrar un espacio para preguntar.

-Yo creciendo en paciencia y tolerancia. Pusimos reglas y tratamos de mantenerlas. Hay un horario y también espacios de soledad, no resisto la bulla y mi mujer no para de hablar, se le ha desatado la lengua y hasta las noticias las comenta en voz alta, y ni te cuento de unas novelas turcas que ve apasionadamente, yo la dejo porque la apaciguan y ella no se mete con mis programas deportivos.

Eso sí amigo, soy el mejor fregador de la isla y, si de trapear me hablan, compito con cualquier político (no sé porqué hizo esta comparación). De cocinar nada, ese don no lo tengo, pero como friego la mujer hace de todo y yo recojo y lavo (Sigue sin respirar).

Como somos dos, y no hay nadie, ahora somos casi nudistas, no me he puesto zapatos ni pantalones desde que comenzó esta fiesta del miedo. La compra nos la traen y con eso me basta. Cada tarde me hago mis "hapiauer" y ella me acompaña, nos imaginamos que estamos en la playa o en la montaña y, aunque no me lo creas, somos felices. ¿Sabes qué he descubierto?

Guardo silencio esperando su declaración.

-Que la vida es 'ná', que vivimos afanosos por mucha mie... y que con poco... se es más feliz que con tanta vaina... co... amigo, lo único que me hace falta son tus abrazos... desde que pase prométeme que te pondrás al día.

¡TE QUIEROOOOOO!

Y cuando iba a comenzar a hablar sentí un clic, me había colgado.

Freddy Ginebra Giudicelli es un contador de anécdotas cuyo mayor deseo es contagiar su alegría y llenar de esperanza a todos aquellos que leen sus entrañables historias.