La pandemia en casa

El momento es duro y difícil y muy doloroso, pero el miedo al contagio es peor

Esta pandemia no me está gustando nada, Catalina lo sabe todo y hasta me ha prohibido los abrazos. (Ramón L. Sandoval)

Catalina, mi nieta más pequeña, casi no me habla y la estoy pasando muy mal. Esta pandemia no me está gustando nada. Catalina lo sabe todo y no sé de dónde sacó que estaban prohibidos los abrazos.

-Abuelo -me dijo, no puedo contagiarte, tengo una gran responsabilidad -y agregó-, lo más doloroso es que tú eres un anciano -y aquí acentuó-, por lo tanto eres muy "vulnerable".

Estoy seguro de que ella no sabe el significado de vulnerable, pero la manera en que lo dijo me ha afectado demasiado. Ya no somos los mismos en este edificio, nos miramos con desconfianza. La de la tercera planta tosió dos veces y todos cerramos las puertas por miedo al contagio.

El vendedor de lechosas y piñas está alborotado, cada día vendía una buena cantidad y desde hace un tiempo nadie compra nada por temor al contagio. El otro día me enviaron un aguacate de regalo y fueron tantos los baños de alcohol y fumigaciones que cuando lo partimos sabía a cóctel de frutas y creo que mi hermana, que ahora vive con nosotros, se emborrachó. Bueno, esa fue la excusa que puso.

Mi hijo, que vive puerta con puerta, se ha convertido en un verdadero espía de la pandemia. A ccada rato irrumpe en mi casa con noticias, lleva estadísticas de todo y ha tomado una actitud que asusta. Cuando habla por teléfono cubre el auricular por si las moscas. Todos en esta casa nos bañamos seis veces al día y ni les cuento del lavado de manos, antes de hablar nos lavamos, después de conversar nos lavamos, si vamos al comedor nos lavamos, al baño, al balcón, la casa huele a alcohol y desgraciadamente no a vodka o ron.

Esta pandemia no podrá con nosotros. Desde que llega la compra del súper, una hora o dos lavando y secando con alcohol cada artículo comprado, los vegetales saben a jabón de cuaba, ya estoy acostumbrado.

Esta mañana me asusté cuando escuché a mi hijo decir que los mensajes de whatsApp o los correos había que leerlos y luego lavarnos no sólo las manos sino también las orejas, que no se dónde leyó que las radiaciones que venían con esas comunicaciones podrían ser peligrosas, que no sé en qué lugar de China había pasado algo similar con unos novios y ambos acabaron contagiados.

El momento es duro y difícil y muy doloroso, pero el miedo es peor, miedo a la muerte, a la enfermedad, a todo lo que conlleva este contagio. Estoy de acuerdo en que tenemos que cuidarnos, pero sin llegar a extremos que nos limiten la vida.

Interrumpo mi artículo, entra Catalina y le pido un beso a ver si se atreve, le ofrezco lo que quiera a cambio, casi la corrompo con mis ofertas, su respuesta me deja sin aliento, voy a pedir que no la dejen ver televisión, está demasiado contaminada con las noticias. Mirando a dos metros de distancia me dice muy seria: "abuelo, sé que no lo entiendes, pero algún día me agradecerás, no te beso ni te abrazo porque puede ser que yo sea "asintomática" y, diciendo esto, cerró la puerta y se fue.

Estoy estupefacto (hace años que no usaba esta palabra).

Freddy Ginebra Giudicelli es un contador de anécdotas cuyo mayor deseo es contagiar su alegría y llenar de esperanza a todos aquellos que leen sus entrañables historias.