Como insectos al azúcar
Un Estado que no cierra el frasco convoca la corrupción en vez de combatirla
Las moscas no razonan. Las hormigas no deliberan. Las cucarachas no discuten en asamblea. Detectan azúcar. Moléculas mínimas, invisibles al ojo humano, activan un reflejo ancestral: hay energía, hay botín, hay que ir. No huelen moral sino química.
En la política dominicana ocurre algo parecido, solo que con traje, escolta y discurso. El dinero público emite señales. No se ve, no se anuncia, pero está ahí: una licitación inflada, una nómina paralela, un contrato de urgencia, una compra sin competencia. Es el azúcar del poder y, como en la naturaleza, no llega uno solo.
Primero aparece el explorador, ya sea el funcionario menor, el asesor diligente, el amigo del primo. Prueba. Mide la concentración. Si no pasa nada, envía la señal. Entonces llegan los demás. Socios, empresas de carpeta, intermediarios, testaferros. Lejos de codicia individual, se trata de un comportamiento de colonia. El botín se comparte, se fragmenta, se lava. Con método.
Las moscas se posan y se van. Las hormigas organizan rutas. Las cucarachas son expertas en supervivencia. Nuestros corruptos legitiman, algo más sofisticado. Visten el saqueo con informes, lo sellan con añagazas, lo bendicen con auditorías trucadas. El azúcar se llama “política pública”, “programa social”, “emergencia nacional”. Senasa.
Como en el mundo insecto, el problema no es que existan moscas, hormigas o cucarachas, sino dejar el azúcar expuesto. Sin tapa, sin control, sin castigo. Un Estado que no cierra el frasco convoca la corrupción en vez de combatirla.
Por eso, cuando estalla un escándalo, no debería sorprendernos la cantidad de implicados. El asombro es ingenuo porque donde hay azúcar libre, habrá enjambre. Siempre. El problema de siempre no es por qué los insectos despreciables llegan, sino por qué el frasco está abierto y el insecticida, distante.