¿Quién frenó la construcción? Responsabilidades compartidas en la desaceleración del sector
El Estado enfrenta críticas por la lentitud en la regulación y los permisos, lo que afecta la inversión en construcción
En cada ciclo de desaceleración económica surge la misma pregunta: ¿quién es el culpable? En el caso de la construcción dominicana, la interrogante ha tomado fuerza en los últimos meses, a medida que las cifras confirman un enfriamiento del sector y la actividad pierde el dinamismo que la caracterizó durante más de una década. Sin embargo, buscar un solo responsable sería un error. La desaceleración de la construcción no tiene un culpable único; es el resultado de decisiones, omisiones y condiciones acumuladas en varios frentes.
Un freno que ya no se puede negar
Los datos del Banco Central confirman que el sector construcción, que entre 2016 y 2019 crecía a tasas superiores al 7 % anual y que en 2022 llegó a rozar el 10 %, cerró 2024 con un crecimiento cercano al 0.5 %, con trimestres incluso en terreno negativo. Para un sector que aporta entre 12 % y 14 % del PIB y genera más de 400,000 empleos, el impacto es significativo.
La pregunta, entonces, no es si existe desaceleración, sino por qué ocurrió y quiénes contribuyeron a ella.
Primer responsable: los costos que nunca bajaron
Uno de los principales factores del freno ha sido el incremento sostenido en los costos de construcción. Aunque la inflación internacional se moderó, los precios de los materiales no regresaron a niveles prepandemia.
El acero sigue entre 18 % y 25 % más caro que en 2019.
El cemento acumula alzas de 12 % a 15 %.
Insumos importados —ascensores, sistemas eléctricos, aluminio, vidrio— continúan altamente dolarizados. Muchos proyectos fueron estructurados con presupuestos que hoy ya no existen. El margen se comprimió y, en algunos casos, desapareció. No es posible construir al mismo ritmo cuando la rentabilidad se reduce drásticamente.
Segundo responsable: el financiamiento caro y restrictivo
El segundo freno tiene nombre y apellido: el costo del dinero. Las tasas hipotecarias que rondaban el 7 % u 8 % pasaron a ubicarse entre 11 % y 13 % en muchos casos. Esto afectó dos frentes:
- El comprador, que pospuso decisiones ante cuotas más altas.
- El desarrollador, que enfrentó créditos constructores más caros y criterios bancarios más exigentes.
Aquí no hay villanos individuales, pero sí una realidad: cuando el crédito se encarece, la construcción se enfría. Es una relación directa e inevitable.
Tercer responsable: el Estado y la lentitud institucional
El Estado también tiene una cuota clara de responsabilidad. No por regular —lo cual es necesario— sino por regular lento y desarticulado. Permisos municipales, licencias ambientales, aprobaciones técnicas y conexiones de servicios se han convertido en procesos largos, poco predecibles y, en algunos casos, inconsistentes entre una demarcación y otra. Cada mes adicional sin iniciar obra implica:
Más costos financieros.
Más gastos administrativos.
Más incertidumbre para el inversionista.
No se trata de menos controles, sino de mejores procesos. Cuando el tiempo se vuelve un enemigo del proyecto, la inversión se detiene.
Cuarto responsable: desarrolladores que empujaron el mercado más allá de su capacidad
El auge inmobiliario también tuvo excesos. Durante años, se lanzaron proyectos sin suficiente respaldo financiero, con estudios de mercado débiles y con promesas de plusvalía poco realistas. Muchos desarrolladores apostaron a que el mercado seguiría absorbiendo todo, sin importar precio, ubicación o calidad. Cuando las condiciones cambiaron, esos proyectos fueron los primeros en detenerse.
La desaceleración ha funcionado como un filtro natural: hoy sobreviven los proyectos bien estructurados y se frenan los improvisados.
Quinto responsable: un comprador más consciente
Aunque no suele señalarse, el comprador también juega un papel clave. El consumidor inmobiliario de 2025 es más informado, más exigente y menos impulsivo. Ya no compra solo por render o discurso comercial. Hoy pregunta por historial, calidad constructiva, costos de mantenimiento y viabilidad del proyecto. Esta cautela ha reducido la velocidad de ventas, pero también ha elevado el estándar del mercado. No es un problema; es una señal de madurez.
Entonces, ¿quién es el culpable?
La respuesta honesta es incómoda: todos y nadie al mismo tiempo.
Los costos internacionales presionaron.
El crédito se encareció.
El Estado no modernizó al ritmo del crecimiento.
Algunos desarrolladores sobreestimaron la demanda.
El comprador dejó de comprar a ciegas.
La desaceleración no es el resultado de un error aislado, sino de un sistema que creció rápido y ahora se está reajustando.
Más corrección que fracaso
Llamar a este momento “crisis” es exagerado. Lo que vive la construcción dominicana es una corrección estructural tras años de expansión acelerada. El mercado está eliminando excesos, ajustando precios, depurando actores y obligando a profesionalizar procesos. Este ajuste, aunque incómodo, puede ser positivo si se entiende como una oportunidad para construir mejor, planificar mejor y vender con mayor responsabilidad.
La verdadera pregunta no es quién frenó la construcción, sino qué haremos ahora. El mayor riesgo no es que el sector haya bajado el ritmo, sino no aprender de la desaceleración. Si se corrigen procesos, se agilizan permisos, se fortalecen los estudios de mercado y se prioriza la calidad sobre el volumen, el próximo ciclo de crecimiento será más sólido.
Porque al final, la construcción no se frenó por un culpable único. Se frenó porque el país llegó a un punto donde era necesario recalcular.
Y recalcular, a tiempo, también es una forma de avanzar.
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