¡Son las pruebas!
La ansiedad y el miedo son parte sustancial de esta pandemia, de sus consecuencias y de sus imposiciones. Pero la imposibilidad de acceder a una prueba, a un test en el laboratorio (privado o público) y la espera de semanas para un turno están exarcerbando el ánimo social.
Los hospitales están llenos, sabíamos que podía ocurrir porque sucedía en otros países a los que el virus llegó primero. Por eso, por esa ventaja de unas semanas, es incomprensible que el país no se abasteciera de los test necesarios. Es más fácil aislar a los contagiados y sus allegados más directos que a 10 millones de personas. Y es más fácil detener la cadena de contagios cuando no se impone el confinamiento a positivos que ignoran su estado ya que no han podido hacerse el test. El rastreo, la ubicación de los contagiados y sus contactos es crucial, dice la OMS.
Estamos viviendo situaciones impredecibles, nadie lo niega. Pero junten la pérdida del empleo o la quiebra del negocio y los síntomas del contagio con pasar horas pegado a un teléfono tratando de lograr un cupo para un test y tendrá la receta perfecta para un exabrupto. Si además recibe una factura disparada de la energía y no sabe cuándo ni cómo podrá enviar a los niños a clase...
El toque de queda será ajustado a la realidad de cada provincia. Tiene sentido y concuerda con la opinión que expresaba en este diario Darwin Caraballo (Educa) sobre un posible retorno presencial a las aulas atendiendo a la situación sanitaria de cada provincia.
Vuelve el toque de queda para todos; para los que cumplen con todas las normas y para las que se las saltan olímpicamente. La frustración es un estado de ánimo destructivo y en grandes números... peligroso.
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