Cultura y Deporte, una mancomunidad

En ambas ramas se requiere de mucha dedicación

No todos los culturosos aman el deporte y, a veces, ni siquiera a todas las expresiones culturales. Y no todos los deportistas vibran con la cultura. Muchos de los primeros, incluso, pueden ser escritores pero no asisten a un concierto de la Sinfónica, a una exposición de arte, ni mucho menos a una obra teatral. Una orquesta de cámara ni en sueños. Y un espectáculo danzario, clásico o contemporáneo, no entra jamás en su agenda. Empero, puede que algunos sientan pasión por alguna disciplina deportiva.

Los segundos viven más de lleno su oficio. Sean beisbolistas, futbolistas, volibolistas, atletas, en fin. La vida del deportista es más sacrificada. Exige de una consagración permanente a la práctica del deporte que han elegido, sobre todo si desean alcanzar las máximas alturas en una selección nacional o en el Big Show. La literatura y las artes casi nunca les llegan y difícilmente les atraiga una cualquiera de las artes escénicas, la música, e incluso las manifestaciones de la cultura popular.

Entiendo más al deportista que aquellos, dentro de la cultura, que sólo deciden seguir la vocación específica que hayan elegido, desdeñando las otras materias del arte. Un escritor no puede nunca sustraerse a las disciplinas artísticas aunque no entren dentro de su rama, sencillamente porque han de ser bases indispensables para la misma escritura que ejerce. El deportista se enfoca más en su campo de juego, en sus prácticas diarias, en el conocimiento de reglas y técnicas, y en el combate final cuando llega el momento de mostrar sus destrezas. Para eso se prepara. A lo sumo se quedará vibrando con la música “urbana” que se oferta por estos tiempos. Problemas de generación, pero también de formación. Todo esto muy a pesar de que en la antigua Persia  la práctica del deporte se iniciaba desde la niñez y se acentuaba en la adolescencia, tuviese el practicante como destino ser deportista o no. Pero, se exigía entonces que el ejercicio del deporte estuviese ligado a la formación intelectual. No sabemos cuándo y por qué se separaron ambas.

El que brega en la cultura no puede ser tal, si solo se queda en una rama de la cultura y no entra al bosque de posibilidades que el arte le muestra. No entiendo que a un escritor no se le vea nunca respaldando las expresiones artísticas de gran calado, que ignore a los clásicos de la música, las obras teatrales, el teatro musical –que tan buenas propuestas presenta en nuestro país- la danza, que es una expresión poética en sí misma. Y que muchas veces, y es usual, no pase de la poesía a la narrativa, de la narrativa al ensayo, del ensayo a la lectura de los grandes autores teatrales. De la cultura popular se puede pasar, perfectamente, a la cultura “clásica”. Y viceversa. Pero, no se hace el esfuerzo. En fin, hay unos desbalances muy notorios en el espacio que ocupamos los culturosos.

De cualquier manera, sin embargo, cultura y deporte han creado una sociedad de socorro mutuo desde tiempos inmemoriales. De hecho, el deporte romano y el atletismo griego tenían al arte como una contraparte necesaria. Nunca se originaba una competencia deportiva sin que la danza, el teatro o la música estuviesen presentes para abrir o cerrar el espectáculo deportivo que se ofertaba a miles de espectadores fanáticos. Junto al polo, el balón maya, el lanzamiento de la barra y el pentatlón, los pueblos antiguos forjaron una mancomunidad con las artes. En una justa deportiva no faltaba la danza –sagrada o hierática, religiosa o profana-  porque no debe olvidarse que el deporte en sus orígenes fue fiesta de la fe de griegos y romanos, y era un culto que se ofrecía a sus dioses. El teatro griego unificó la literatura con la dramaturgia, igual que la ejecución de la lira, que era el instrumento musical más importante, que se ligó a la poesía. Y estas manifestaciones artísticas se ofertaban en las justas deportivas de griegos, persas y romanos, en grandes estadios que lo mismo servían para el deporte  como para el arte, ejemplos los de Delfos y Herculano, cada uno con capacidad para treinta y cuarenta mil personas.

Todo esto para concluir en que cultura y deporte están unidos, desde antes de Cristo, en el propósito de ofrecer espectáculos vivos para el disfrute de todos los que se mecen en sus cauces prodigiosos. Pero, hoy, no ocurre igual y parecen parientes desunidos. Sin embargo, no somos pocos los que creemos en la pasión de la cultura que nos movemos satisfechos, incluso abandonando la lectura de algún buen libro, para disfrutar un partido de béisbol, una competencia futbolística (el Mundial comienza mañana), ver los nuevos modos con que se practica el volibol, de inolvidable recuerdo en nuestros años juveniles, por sólo mencionar algunos de los deportes preferidos. Intelectuales de amplio reconocimiento, metidos de lleno en sus investigaciones y en sus producciones literarias, me llaman para saber el juego del día en Grandes Ligas o para comentar la despedida a Piqué, la presencia de Messi en el Mundial con la selección de su patria, el éxito sorprendente de Jeremy Peña o las últimas creaciones en su rol narrativo de Santana Martínez, Franklin Mirabal y Ernesto Jeréz. Soy de los que divido mi agenda vital entre el deporte y la cultura, ambas a dos, sin menoscabo de ninguna, igual como se disfruta una pintura de Oviedo, Bidó, Hilario Olivo, Dustin Muñoz o cualquier otro de nuestros artistas de la pintura, que también ella ha sido parte relevante de la historia de la humanidad y del vínculo con el deporte.

Si escribo todo esto es para hacer saber  que el deporte y la literatura  constituyen una pasión compartida para muchos, aunque no seamos los más. Y tengo a manos un libro formidable que ha inspirado estas líneas. Su autor, Heriberto Morrison, uno de los cronistas deportivos más competentes, sanos y decentes que ha conocido el diarismo nacional. Un libro que demuestra todo lo que hemos venido refiriendo. Homero fue el primer cronista deportivo. En el Cantar de Mio Cid ya aparece la palabra “deporte”, expresión y práctica que está presente en la obra de Cervantes y de James Joyce. Neruda  (que escribió la “Oda la bicicleta”), Carpentier (que aseguraba que el deporte es cultura), Borges (que dedicó un poema al ajedrez), Hemingway (quien daba más preferencia a su pasión por el boxeo que a su propia escritura), Sábato, Benedetti y Galeano (que tienen formidables textos sobre el fútbol),  Bob Dylan cantando a “Huracán” Carter (el famoso boxeador que estuvo en prisión por dos décadas acusado de crímenes que no cometió),  Roberto Fernández Retamar (escribiendo un poema al béisbol cubano), los textos deportivos de Manuel Vásquez Montalbán, las piezas literarias sobre temas deportivos de Albert Camus, Cabrera Infante, Miguel Hernández, Unamuno, Nicolás Guillén, José Martí (que hizo una crónica a una pelea de boxeo), Cortázar, Jorge Guillén, Jack London, César Vallejo, Antonio Machado, Pedro Salinas, Gerardo Diego. Y si entramos a los escritores dominicanos en este entramado encontraremos textos de Marcio Veloz Maggiolo, Pedro Peix, René del Risco, Juan Bosch,  Mateo Morrison (su relato dedicado a Garabato Sackie), entre otros. Y el gran poeta norteamericano de la generación beat Lawrence Ferlinghetti quien escribió su “Baseball Canto” dedicado a Juan Marichal y a los Gigantes de San Francisco: “Observando el béisbol / sentado  bajo el sol/  comiendo palomitas de maíz/ releyendo a Ezra Pound/ y deseando que Juan Marichal/ deje un hueco justo en el centro/ de la tradición anglosajona en el Primer Canto/ y demuela a los invasores salvajes”.

Heriberto Morrison, de la prole de los Morrison-Fortunato, criadero de poetas, educadores, escritores, cineastas, especialistas en tecnología, nos presenta un libro que demuestra que el deporte y la cultura surgieron hermanados y forman parte, necesaria e invariablemente, de una mancomunidad de intereses y objetivos comunes que junto a la educación colocan sus miras sobre la juventud y sus cimientos de gloria y futuro.

LIBROS
  • Ahora que vuelvo, Ton

    René del Risco Bermúdez, Ediciones de Cultura, 2013, 21 págs. El célebre relato del autor petromacorisano donde el béisbol surge como parte del panorama de la memoria.

  • El fútbol a sol y sombra

    Eduardo Galeano, Siglo XXI Editores, 1995, 271 págs. Dos uruguayos –Galeano y Benedetti- y dos argentinos –Sabato y Valdano- comparten la pasión por el fútbol desde la literatura.

  • Los primeros 50 dominicanos en Grandes Ligas

    Héctor J. Cruz, Amigo del Hogar, 2021, 295 págs. Elevado a la inmortalidad del deporte el pasado domingo, Cruz es autor de una amplia bibliografía deportiva. Un indispensable en la materia.

José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.