El rol del frente interno

Infiltración y desapariciones, la otra historia del desembarco de Luperón

El Frente Interno, la red clandestina traicionada en el exilio del 49. (Fuente externa)

Los hombres del Frente Interno estaban supuestos a participar en la expedición libertaria de 1949 como una fuerza fundamental de contrapartida nacional. ¿En qué consistía esta participación? En movilizar hombres –armados unos, otros prestos a empuñar las armas que traían los legionarios- en diferentes puntos del país previamente concertados, con el propósito de iniciar levantamientos simultáneos en las principales regiones: en el Norte en Puerto Plata, en el Cibao en La Vega, en el Sur en San Juan, así como en la capital. A fin de obligar a Trujillo a dispersar sus tropas en los diferentes puntos cardinales, evitando la concentración de su poderío bélico. Las incidencias de la travesía de los aviones en los que venía el grueso del contingente impidieron que este plan funcionara, quedando atrapados en territorio azteca.

La historia del desembarco de los 12 combatientes que llegaron a Luperón resulta elocuente en cuanto a la descoordinación entre el Frente Interno y los expedicionarios, afectados a ambos planos del proyecto por la infiltración, la delación y el sabotaje. La muerte de los líderes de Puerto Plata del FI, Fernando Spignolio y Fernando Suárez, cercados por efectivos de la dictadura mientras se hallaban a la espera del desembarco para unirse a los hombres de Ornes, revela la profundidad de esta penetración reputada al excapitán Antonio Jorge Estévez. Quien ganó la confianza de los complotados y trató de continuar el juego contactando, posterior a estos hechos, a los exiliados dominicanos en Puerto Rico.

Un informe redactado por el encargado de comunicaciones del Frente Interno en Ciudad Trujillo -mi tío Dr. Manuel Emilio “Mané” Pichardo Sardá, cuyo nombre código era Cibrián-basado en informaciones de un empleado del Palacio Nacional vinculado a mi padre Lic. Francisco del Castillo-, enviado a un buzón en San Juan de Puerto Rico, puso en alerta a los dirigentes del exilio sobre el reputado rol de espionaje de la persona en cuestión, quien viajaba con acompañante.

Advertidos los exiliados, ambos sujetos fueron desviados desde Puerto Rico hacia La Habana por instrucciones de Juancito Rodríguez, bajo alegato de que allí se hallaban los dirigentes con calidad de tomar las decisiones. En Cuba los exiliados contaban con una base privilegiada que les permitía operar con mayor libertad. Juan Bosch fungía como asesor del presidente Prío, Cotubanamá Henríquez era representante al Congreso y cuñado de Prío y el comunicador René Fiallo, hijo del poeta Fabio Fiallo, eran los dominicanos más influyentes. Junto al respetado Juancito Rodríguez.

Ya en La Habana los emisarios de Trujillo, el Dr. Eufemio Fernández –veterano de la Guerra Civil española, comandante en Cayo Confites, compañero del general Rodríguez en uno los dos aviones varados en México en 1949, y jefe de la policía secreta del gobierno de Prío- los habría detenido, interrogado y luego liquidados. Algo que Chito Henríquez comentaba innecesario.

Así como la infiltración trujillista costó vidas y cárcel para cientos de personas involucradas en esta trama, la venta mercenaria de información por personeros de exilio republicano reclutados por Juancito Rodríguez como asesores, representó un conocimiento en profundidad de los planes expedicionarios. Permitiendo al gobierno desinformar a los complotados locales, aplicando un plan de contingencia al respecto.

Una fuente que a la sazón se desempeñaba como primer secretario de nuestra embajada en México me informó cómo habrían sucedido las cosas. La fuente había laborado en el Palacio bajo Telésforo Calderón en la Secretaría de la Presidencia durante la égida de Anselmo Paulino. En esa condición accedió a informes y material fotográfico de los preparativos de Cayo Confites, entregados regularmente por la embajada británica en el país. Gran Bretaña era entonces el principal comprador de nuestro azúcar y coordinaba inteligencia con EE. UU.

México fue pieza clave en el engranaje del proyecto de Juancito Rodríguez. Allí se negociaron aviones, reclutaron pilotos y realizaron gestiones para comprar armamento, incluyendo la formación de una compañía de servicios aéreos que sirvió de tapadera a estas operaciones. El Lic. José Antonio Bonilla Atiles –antiguo vicerrector de la USD caído en desgracia al declarar que además de Trujillo existían otros presidenciables de cara a la reelección del 47- fungía como el delegado en México. Contando con el auxilio de personalidades como el general Lázaro Cárdenas, expresidente de influyente prestigio por su obra de reforma agraria, nacionalización del petróleo y apoyo al exilio republicano español.

En su territorio debían repostar los aviones -excepto el hidroavión Catalina que llegó a Luperón- que saldrían de Guatemala, contando para ello con la discreta complicidad de autoridades mexicanas. Nuestro embajador era el Dr. Joaquín Balaguer, quien desplegaría sus habilidades para hacer abortar estas facilidades.

Mi tío Jesús del Castillo –hacendado y contratista amigo de Juancito Rodríguez estuvo involucrado en el Frente Interno junto a mi tío Dr. Manuel Pichardo Sardá y a mi padre Lic. Francisco del Castillo, en cuya oficina de abogados se realizó el 27/2/1944 un congreso del clandestino Partido Democrático Revolucionario Dominicano- viajó a México, al igual que a Cuba, Puerto Rico y Nueva York. Siendo secuestrado y desaparecido en noviembre del 49, a la salida de la oficina de mi padre (fallecido en abril 49 tras una controversial cirugía) que manejaba sus asuntos legales, sita en el Arquillo de la Catedral, compartida con Eduardo Read Barreras, Eurípides Roques Román y Emilio de los Santos.

En esa ocasión Balaguer –quien mantuvo relaciones de amistad con la familia del Castillo Rodríguez fruto de su admiración devocional hacia Luis Conrado del Castillo, su madre, la educadora Dolores Rodríguez Reyes y el padre de ésta, el general, poeta e historiador Manuel Rodríguez Objío- le ofreció a Jesús una cena en la sede diplomática y residencia del embajador, junto a su esposa Rosario “Charo” Ginebra de la Rocha. En la cual participó Frank Salcedo, entonces joven diplomático, quien asistió a la pareja durante su estancia en Ciudad México.

Emisarios del coronel de aviación Alberto Bayo Giroud y éste mismo –disgustado con Juancito Rodríguez por su reemplazo en la compra de aviones y el reclutamiento de pilotos por otro asesor republicano y el Dr. José Horacio Rodríguez, como lo evidencia su libro Tormenta en el Caribe de 1950- habrían ofrecido entre mayo y junio, antes de la salida de la expedición, información crítica de los planes de invasión a la legación diplomática dominicana encabezada por Balaguer.  Comprobada la calidad de la información, Anselmo Paulino se habría trasladado a México para entrevistarse con Bayo y acordar con este “un proyecto de trabajo que se compromete a realizar para frustrarla”. Por la suma de $50 mil con pago inicial de $5 mil y resto en sucesivas partidas.

Los referidos habrían ofrecido al gobierno dominicano sus servicios profesionales para preparar un plan de contingencia ante la inminente ejecución de la proyectada invasión, siendo introducido uno de ellos ante Trujillo.

Con esta información a mano, el sagaz embajador Balaguer habría realizado gestiones auxiliado por el expresidente Emilio Portes Gil –propietario del inmueble que alojaba la embajada dominicana y aliado reputado de Trujillo en México- para abortar in situ la fase mexicana del reabastecimiento de combustible de las naves expedicionarias. Aparte de sumas mayores iniciales, el legendario republicano habría pasado a recibir en su casa una partida mensual de 250 dólares, que le entregaba personalmente un funcionario de la legación dominicana por instrucciones del embajador Balaguer, en pago por sus valiosos servicios.

¿Quiénes eran los miembros del Frente Interno? Básicamente formaban una estructura clandestina antitrujillista, integrada por personas de clase media que no confiaron en las promesas democratizadoras del régimen durante el período de la postguerra -como fuera el caso de aquellos que se enrolaron públicamente en Juventud Democrática y el Partido Socialista Popular. Generacionalmente sus miembros eran de mayor edad que los universitarios de Juventud Democrática. Muchos profesionales, aunque también comerciantes y otras categorías ocupacionales.

Se trata de una red pendiente de estudios monográficos como el de Manuel Andrés Brugal Kunhardt. Tarea cada vez más difícil en tanto sus protagonistas han fallecido y sólo quedan descendientes receptores de testimonios y pocos documentos dado su carácter clandestino. Tal fue el caso de la familia Fiallo Rodríguez y la Unión Patriótica, encabezada por Viriato, Gilberto y Antinoe, que ejerció función de liderazgo y conservó un archivo que me fuera ofrecido en 1982 por el primero al visitarlo en compañía de Salvador Jorge Blanco y José Martínez Castillo.

Esa estructura, ampliada con su periferia, fue el iceberg que emergió vigoroso tras la decapitación del tirano al constituirse el movimiento patriótico Unión Cívica Nacional, luego convertido en partido político, dirigido por los Fiallo, Ángel Severo Cabral, Luis Manuel Baquero, Federico C. Álvarez, Rafael Alburquerque, José Aníbal Sánchez, Mario Sánchez Córdoba, Manolo Valverde del Castillo, Jottin Cury, Federico Henríquez, Aníbal Campagna, José Augusto Vega. Y que contó entre sus filas puertoplateñas con el Dr. José Augusto Puig, Carlos Grisolía, Luis Pelegrín con su Voz de la Libertad.

Tío Mané lamentaba los casos del Arq. Trene Pérez y posteriormente del Ing. Bienvenido Creales. Me hablaba de su colega en el Hospital Internacional, el radiólogo y radioaficionado Luis Mañón, cuyo equipo de radiocomunicaciones militar encontré en los 50 en el cielo raso de la Trinitaria 4, junto a un saco de armas. Hallazgo que alarmó a mi abuela Emilia Sardá Piantini: “Eso lo dejó Mané y no puedes contarle a nadie”. Entonces en el exilio.

Hay que sacar a flote las historias dormidas de quienes sembraron la semilla de la libertad. Es hora de rescatar la memoria guardada en gavetas y armarios, encofrada en relatos orales. Para desempolvar la saga de mujeres y hombres de valía que no se postraron ante el déspota.

José del Castillo Pichardo, ensayista e historiador. Escribe sobre historia económica y cultural, elecciones, política y migraciones. Académico y consultor. Un contertulio que conversa con el tiempo.