Geopolíticos e ideólogos
Caminan por la izquierda o por la derecha, pero siempre desde la crítica persistente
Mucha gente conoce el libro de Umberto Eco Apocalípticos e integrados. Hace poco compré en Cuesta otro semejante, muy cercano a ese título citado: Lector in fabula. Ya no lo conservo en mi biblioteca; como tantos otros, se perdió en una mudanza. Sin embargo, recuerdo bien de qué iba. Eco es un maestro no solo de la novela —basta pensar en El nombre de la rosa— sino también de ese territorio no menos enigmático de la semiótica, donde algunos literatos se mueven con inesperada soltura.
Un creciente número de lectores parecen tener hoy las armas bien afiladas en todo lo que respecta a la geopolítica. Como si el tiempo —o la vida misma— los hubiera entrenado para desgranar, palmo a palmo, lo que piensan sobre Putin, sobre Maduro y sobre nuestro propio gobierno. Caminan por la izquierda o por la derecha, pero siempre desde una crítica persistente. A ese grupo de diletantes les he dicho que quiero enfocarme en algo que no he hecho: concederle más espacio de mi intelección a un mundo que se transforma ante nuestros ojos, un terreno que no sospechábamos tan fértil en conceptos semióticos. La palabra “semiótica” está harto definida; prefiero verla como una ciencia de los signos, una manera de ordenar el lenguaje para descubrir múltiples significaciones, justo lo que Eco hizo magistralmente en Lector in fabula.
Mientras escribo esta página, la emisora que escucho repite que “siempre en el aire” hay algo por interpretar. Y pienso que quizá algún literato criollo encuentre aquí una lectura cercana… o lejana. Regalar un libro en Navidad es un gesto clásico, una costumbre que se fortaleció en los años ochenta. Escuchamos una entrevista a profesionales de la palabra y del entretenimiento que intentan explicar por qué un libro sigue siendo un presente revelador. Esa misión de lectura encaja bien con el sistema semiótico de las nuevas políticas y con posturas que van desde la de Meloni en Italia hasta una Claudia Sheinbaum que —paradojas del destino; soy de centro— me cae hasta bien. La considero una “dura”, en el sentido dominicano del término: alguien preparada, formada, ingeniera de oficio y criterio. Meloni, por su parte, está trazando una historia política interesante. Y mientras escribo esto (como diría Stephen King), me entero de que María Corina Machado recibiría en Oslo el Nobel de la Paz, rodeada de una multitud atenta al destino venezolano. Más que todo, decir que admiro profundamente a Isabel Díaz Ayuso.
Celebremos que seguimos habitando un universo comprensible. La problemática dominicana es manejable si uno se dispone a un análisis profundo. Todo el panorama, con sus casos y discusiones, empuja a la ciudadanía a tomar postura sobre temas más amplios que aquellos viejos entretenimientos que arrastraban multitudes. Tendremos días felices; así lo deseo para todos los dominicanos. La semiótica podría sugerirnos que el país ha crecido en posibilidades: Keynes hablaba del empleo y la inflación como ejes esenciales, pero ese es otro costal. Lo evidente es que toda lectura de la dominicanidad pasa, de una forma u otra, por nuestras luchas democráticas.
Que esta Navidad llegue con buenas noticias en medio de este mar movedizo, y que la geopolítica —tan discutida por expertos improvisados o reales— siga alimentando las conversaciones dominicanas.
¡Felicidades anticipadas!
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