¿Cultura popular o mainstream neoliberal?

Cuando el "éxito popular" encarna el sueño capitalista más conservador

Hemos asistido en las últimas semanas a un conato de debate sobre la «cultura popular» que deja más preguntas que respuestas a quienes, como yo, miran con preocupación la incidencia de empresarios mediáticos, devenidos multimillonarios, cuyo origen social humilde ha sido trocado en patente de corso. 

De lo leído y escuchado me desconcierta –sí, me desconcierta– la ausencia de criticidad de algunos intelectuales que han salido a encumbrar a Santiago Matías (Alofoke) como genuino representante de las culturas subalternas, ignorando (¿deliberadamente?) que sus programas se insertan en la lógica capitalista de la cultura de masas y reproducen de manera sistemática los estereotipos construidos por las élites para definir, y despreciar, «lo popular». Su explícita misoginia, su persistente violencia discursiva, su discriminación de los derrotados, su racismo y su exaltación del presunto poder de destrucción del contrario, son tratados como meros accidentes del lenguaje.

¿Acaso crean las prácticas simbólicas expuestas en las diferentes plataformas de Santiago Matías –epítome del marginal triunfador en una sociedad fuertemente estratificada, según sus exegetas– sentidos alternativos? ¿Contribuyen sus programas con resistir la cooptación de «lo popular» por el mercado? ¿O son producto del mainstream neoliberal hegemónico?

La argumentación de que espacios como los que gestiona testimonian la incómoda, pero inocultable, realidad social «del pueblo», esa lábil categoría sociológica,  es pasar por alto que la plebeyización de la cultura (en la versión de Pablo Alabarces:  bienes populares compartidos por otras clases sociales convertidos en fungibles) «no supondría una degradación de lo culto, sino una captura y clausura de lo popular [...] hablaría de una especie de cultura común en la que las clases populares han impuesto su hegemonía cultural a las dominantes –cuando en realidad es un proceso profundamente conservador: la cultura parece reconocer la democracia simbólica en el mismo y exacto momento en que ratifica la peor desigualdad material».

Si Santiago Matías vuelve lucrativo todo lo que toca, lo hace mediante la estrategia de anular el conflicto social, y las relaciones de poder que lo provocan, para erigir (y erigirse en) un modelo de éxito en una realidad despolitizada. De ahí que no tenga reparos en confesar su visceral rechazo de las víctimas sociales. Él ha caído muchas veces y se ha levantado otras tantas. No se queja, embate.

Su lenguaje, y lo que este lenguaje transmite, no es popular ni mucho menos disruptivo; es exceso que monetiza, mercantilización de los estereotipos que cimentan la subalternización de los pobres. No se apropia del estigma para resignificarlo, sino para mover la caja registradora. Es perfomance en estado puro.

En un análisis sobre la narcocultura, Omar Rincón y Dulce Martínez Noriega definen un modo de situarse en la sociedad propio del narco que, salvando las distancias, es extrapolable como explicación posible de lo comentado: como personajes, pero también como ética y estética, Santiago Matías y sus clones son los superhéroes del capitalismo. Han cumplido el «capitalism dream».  Una revolución de clase que ofrece a los excluidos la condescendencia de «entrar al capitalismo y disfrutarlo». No le busquemos la quinta pata popular al gato.

Aspirante a opinadora, con más miedo que vergüenza.