Fabré Geffrard y la Anexión a España
Cuando Haití reclamó el derecho a vetar una potencia en la isla
Algunos historiadores han señalado que, cuando la anexión de Santo Domingo a España en 1861, varios países del continente hispanoamericano se solidarizaron con el pueblo dominicano, Haití entre ellos, protestando enérgicamente luego del hecho consumado por Pedro Santana, el “inconsulto caudillo”.
Los motivos de la protesta eran varios, pero en el caso de Haití, conviene matizar que no fue solo un gesto de solidaridad. Se trató, más bien, de una cuestión coyuntural y de intereses geopolíticos debido a que los gobernantes y legisladores haitianos consideraban que la presencia de una potencia europea en la parte del este de la isla representaba una amenaza para su supervivencia como nación soberana.
En sintonía con ese predicamento se pronunció Fabré Geffrard, entonces presidente de Haití, en un manifiesto publicado el 6 de abril de 1861, en el cual declaró que España no tenía derecho alguno para tomar posesión del territorio dominicano, y que tampoco lo tenían el general Santana y su clase social para entregar el territorio dominicano a España. (Cf. Jean Price Mars, La República de Haití y la República Dominicana. Diversos aspectos de un problema histórico, geográfico y etnológico, tomo III, Puerto Príncipe, 1953).
Para expresarse en esos términos, Geffrard olvidaba que solo era presidente de Haití, mas no de República Dominicana y que, con razón o sin ella, la clase gobernante dominicana tenía potestad constitucional para suscribir acuerdos y convenios con otras naciones, naturalmente sin perjuicio de la soberanía nacional.
Geffrard, incluso, fue más lejos e inspirado en Toussaint, Dessalines, Boyer, Herard y otros defensores de la “indivisibilidad insular”, afirmó que era “incontestable el derecho de Haití para impedir que ninguna potencia extranjera se establezca en la parte oriental de la isla”. Es más: para justificar ese derecho, señaló que cuando “dos pueblos habitan conjuntamente en una misma isla, sus destinos, en lo que respecta a tentativas invasoras del extranjero, se hacen necesariamente solidarios. La existencia del uno se halla íntimamente ligada a la del otro, y es forzoso que se ofrezcan garantía de seguridad mutua”.
La lógica parece predominar en el precedente enunciado, pues es normal el que dos pueblos que comparten el mismo territorio insular se protejan frente a cualquier peligro foráneo que atente contra su independencia. Lo que no resulta lógico ni normal es que determinado gobierno o grupo militar pretenda imponer por la fuerza su dominio político, cultural y económico sobre otro país soberano.
Hacia 1861, en el caso dominicano estaba en juego su supervivencia como colectivo, toda vez que existía el temor de un resurgimiento de la guerra con el país vecino. Es verdad que, en 1856, con la intermediación de Inglaterra y Francia se había acordado un armisticio por cinco años; pero no menos cierto eran los rumores en el sentido de que algunos ideólogos haitianos -Geffrard entre ellos-, no descartaban la posibilidad de retomar la cuestión de “la una e indivisible”.
Si examina cuidadosamente la citada proclama de Geffrard, se podrá constatar que el mandatario reafirmó el principio según el cual “la isla entera de Haití no formaba sino un solo Estado”; al tiempo de admitir que su gobierno, “interpretando, en el mejor sentido, las condiciones de independencia y seguridad de las naciones, [había] querido formar, por tanto, con la población dominicana, un estado homogéneo”.
Es evidente que, además de solidaridad, que se agradece, había otros intereses.