La justicia no es a la medida
La democracia no consiste en que los fallos siempre nos den la razón. Consiste en aceptar reglas comunes, incluso cuando duelen
Puede que nos guste, puede que no, pero las decisiones de la justicia, como uno de los tres poderes del Estado, son independientes. No están para complacer al Gobierno, ni a la oposición, ni a la opinión pública del día. Están para aplicar la ley, con sus aciertos y también con sus errores.
Durante mucho tiempo reclamamos una justicia que no obedeciera órdenes, que no se inclinara según soplara el viento político. Esa aspiración costó años, debates y reformas. Poco a poco se ha ido abriendo camino, no sin tropiezos, y por eso mismo conviene cuidarla con paciencia y responsabilidad.
El problema aparece cuando una decisión no coincide con lo que esperamos. Entonces surge la tentación de descalificar al juez, de acusar conspiraciones o de exigir una justicia hecha a la medida de nuestro gusto. Esa tentación es humana, pero peligrosa. Porque hoy puede favorecerme y mañana volverse en mi contra.
La democracia no consiste en que los fallos siempre nos den la razón. Consiste en aceptar reglas comunes, incluso cuando duelen. La crítica es legítima, el debate es sano, pero la presión para torcer decisiones judiciales es otra cosa.
Una justicia independiente incomoda, pero es necesaria; cuando busca aplausos, deja de ser justicia y se convierte en espectáculo público.