Lo básico y lo opulento

Contraste entre lo básico e intrascendente, y lo opulento pero trascendente. Un dilema para la Humanidad porque con el boom del turismo se está demostrando que lo ostentoso e improductivo del pasado es lo redituable en el largo plazo, y lo que rinde beneficios en el presente.

Los economistas y los políticos suelen teorizar sobre la importancia de que el gasto público se concentre en lo prioritario. Es una manera ideal y lineal de ver las cosas, como si se condujera un caballo que portara orejeras para que no pudiese ver sino en línea recta.

Bien se sabe que en la práctica no sucede así, pues los políticos ejecutan el gasto que les conviene para preservar o aumentar su popularidad, sin importar que fuere prioritario o no lo fuere. Aparentar que todo se ejecuta según un orden de prioridades solo es carne de carroña para consumo de masas exorcizadas.

Aquella forma ideal de ver las cosas puede que choque con la concepción de que no solo de pan vive el hombre, puesto que las necesidades humanas van muchísimo más allá de lo estrictamente necesario para vivir. Quién sabe, diría un filósofo quizás trastornado, si lo que proyecta al ser humano más allá de la mediocridad cotidiana termine siendo tan importante como lo estrictamente básico.

Veamos algunos ejemplos.

En San Petersburgo, en medio de la ostentación que refulge en el Palacio de Pedro (Peterhoff), proclamaba a viva voz un turista español que a santo de qué había allí tanto lujo, brillo de cúpulas pintadas color de oro, estatuas que conducen caños de agua hacia hermosas fuentes, a lo cual no le encontraba sentido, sin reparar que el motivo de su viaje consistía precisamente en visitar esos emblemas que son un legado del pasado.

Ningún turista se interesa por edificaciones precarias, carentes de arte, sino por las grandes obras que son producto del ingenio humano.

El ciudadano español cuestionaba la nula rentabilidad de esas obras erigidas por la opulencia imperial rusa, a costa, es verdad, de exprimir a su pueblo. No se daba cuenta de que el fenómeno mundial del turismo las ha convertido en las más rentables de todas.

El contraste es la sucesión de edificios uniformes, pequeños y feos, conocidos como los apartamentos de Kruschev, construidos en serie para alojar seres humanos en un espacio mínimo y de baja calidad, con el designio de igualarlos con la etiqueta de pobres. Construcciones para avergonzarse en vez de ser motivo de recordación, que espantan pero al mismo tiempo representan un legado de lo básico.

En cambio, al amparo de la misma doctrina comunista, pero respondiendo al ansia personal de perdurar en el tiempo, Stalin construyó trenes subterráneos de lujo, espaciosos, decorados con lámparas en forma de arañas en el techo, para alojar vagones que movilizaran a la gente hacia su trabajo o lugares de esparcimiento.

Contraste entre lo básico e intrascendente, y lo opulento pero trascendente. Un dilema para la humanidad porque con el boom del turismo se está demostrando que lo ostentoso e improductivo del pasado es lo redituable en el largo plazo, y lo que rinde beneficios en el presente.

Lo cierto es que San Petersburgo, edificada por los zares para satisfacer su ansia de grandeza, ha terminado siendo timbre de orgullo para ese pueblo y el género humano.

Ahora, con Putin, se nota la intensificación de la inversión en infraestructura de calidad mundial. Sobre todo vial y portuaria. Y el gasto en infraestructura coincide con la intensificación de la inversión para acrecentar el poderío militar y económico.

Un poquito más allá, tan solo al deslizarse de un dedo, en Helsinki, Finlandia, con solo 5 millones de habitantes, de lo que se enorgullecen sus habitantes es de la educación, de que todos los profesores del segmento básico poseen títulos de maestría, y son los mejores de sus respectivas promociones. Y muestran orgullo por su economía del bienestar dotada con servicios públicos de primera calidad, y su complemento de alta tasa tributaria.

Pagar impuestos para recibir servicios públicos de calidad y universales, piensan ellos, es preferible a pagar poco para obtener casi nada y mantener la organización social anclada en el desorden.

Y un detalle. Puede verse a los niños recorrer las calles, museos y parques, llevados de la mano de sus profesores. La última consigna es enseñarles a cruzar los semáforos dándoles una sonrisa cálida al conductor del vehículo que facilita su paso.

Educación ciudadana desde la infancia, que tanta falta hace.

Pueblos pequeños que sueñan con los niveles más altos de educación para poder vivir bien y en paz, y pueblos grandes que lo hacen recordando las proezas guerreras del pasado, pensando siempre en revivirlo para dominar a los demás.