Elecciones del 62 en perspectiva

Fueron los ciudadanos a elecciones municipales únicas, en 1968, descontinuadas en lo adelante, para volver al modelo de comicios conjuntos.

Juan Bosch y Ángel Miolán en el 1961.

En el 2020 los dominicanos habremos agotado un ciclo de 58 años de elecciones, realizadas tras el ajusticiamiento de Trujillo. Unas más competitivas que otras. Algunas con los marines en el patio, como las del 66 que catapultaron al doctor Balaguer y lo retornaron al “sillón de alfileres” del Palacio Nacional. Otras en solitario, como las del 74 que lo reeligieron por segunda vez con la abstención masiva de la oposición, excepto el “saludo a la bandera” –como dicen en Chile- del minúsculo partido de Lajara Burgos, al cierre de la campaña. Mientras las tropas exhibían pañoletas coloradas caladas en la boca de los fusiles.

Con presencia supervisora de la OEA, de amplias delegaciones de observadores extranjeros, ya del Centro Carter, el National Democratic Institute (NDI), la International Foundation for Electoral Systems (IFES), la Internacional Socialista, la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA) o la COPPAL encabezada por el presidente del PRI, Carvajal Moreno. Ya el Protocolo de Tikal que reúne a los organismos electorales de Centroamérica y el Caribe.

Amparados por la cédula de identidad o sin cédula –como se permitió votar en las primeras elecciones tras Trujillo- o con el carnet electoral al instaurarse el Registro Electoral y la cédula de identidad juntamente. O mediante la cédula de identidad y electoral fraguada con padrón único a partir de los 90, en cuyo estudio y modelo de implementación laboraron como consultores Adriano Miguel Tejada y José del Castillo Pichardo.

Votaron con boleta individual confeccionada para cada partido concurrente identificada por los colores registrados ante la JCE, comprendiendo cada una todos los niveles: presidencial, congresual y municipal, como fuera en las generales del 62 y el 66. Diferenciado el contenido de las candidaturas por provincias y municipios, para hacer figurar los nombres de los candidatos a senador, diputados, regidores y síndico, con sus respectivos suplentes.

Fueron los ciudadanos a elecciones municipales únicas, en 1968, descontinuadas en lo adelante, para volver al modelo de comicios conjuntos. Se modificaron los sistemas de boletas, para permitir al elector la fragmentación del voto por niveles, con un sistema de papeletas múltiples por partido o set de boletas. También se implementó la opción de fragmentar y combinar opciones mediante boleta perforada con sección desprendible. Se diseñó una “sábana” o boleta única que comprendiera todas las opciones partidistas en un solo documento multicolor, con la idea de neutralizar la “compra de votos”. Se especializaron boletas únicas por niveles de elección.

Se instauró el voto preferencial para los diputados, permitiéndose marcar el postulante favorito de entre la lista del partido seleccionado. Se mantuvo el “arrastre” entre senador y diputados, sumándole al primero los votos de los segundos. Saltándose así, por parte de la JCE, el canon consagrado en la Constitución que establece 2 sistemas de elección diferenciados para el Senado y la Cámara de Diputados. Constriñéndose al elector, vía la confección de la boleta, al vulnerarle su derecho a decidir para cada cámara de manera independiente. Ahora ensayaremos el voto electrónico, con la aplicación de pantalla touch, para lo cual ya la Junta educa a la ciudadanía.

En este recorrido de más de medio siglo, la tecnología ha hecho lo suyo. En la construcción y depuración del padrón de electores, la impresión computarizada de los listados por mesa, el procesamiento electrónico de las votaciones en el centro de cómputos de la JCE, la habilitación del escáner para la transmisión de resultados desde las juntas locales, la aplicación del módulo de validación, cómputo y transmisión de resultados por mesa ensayado por las pasadas autoridades encabezadas por Roberto Rosario, que generó controversias. Como antes se suscitaron cada vez se incorporaba una innovación tecnológica, así como cambios en los protocolos de validación, conteo, transferencia y consolidación de resultados.

Ni hablar de las alegaciones de fraude, compra de votos, doble votación, trastrueque de electores, manipulaciones algorítmicas en los programas de las computadoras para alterar resultados. Y de N fórmulas ideadas para adulterar las elecciones, cuyo examen me llevó décadas atrás a hablar de un síndrome del fraude. Una manera, hechos reales aparte, prevaleciente en la cultura política criolla, de encubrir los fallos estratégicos y tácticos del liderazgo partidista, liberarlo de “la crítica y la autocrítica” y del consiguiente pase a retiro, eternizando su vigencia mediante flotación continua y taponamiento de nuevos líderes.

Un fenómeno del más rancio caudillismo latinoamericano, que exonera al “perdedor” en una contienda electoral de reconocerle el triunfo al adversario. Buscando deslegitimarlo y evitando a la vez practicar una “oposición leal” y compromisaria en los órganos de elección popular. Restándole eficacia a la función misma de representación. Desaprovechando la cuota de poder e influencia alcanzada e infundiendo desaliento entre sus propios electores.

Al examinar lo que fueron los primeros comicios democráticos tras la decapitación de la dictadura de Trujillo, organizados por el Consejo de Estado con el apoyo técnico de la OEA, afloran algunos rasgos que han tendido a perpetuarse con vigencia renovada en nuestra escena política.

Juan Bosch –quien regresó el 20 de octubre de 1961 luego de 23 años de exilio en Puerto Rico, Cuba, Chile, Venezuela y Costa Rica- fue señalado por sus adversarios, en especial gente de clase media y alta simpatizante de Unión Cívica Nacional, como “el extranjero”. Se perseguía con ello descalificarlo para optar a la presidencia de la República, dada su condición de hijo de catalán y puertorriqueña, a su vez hija de gallego. En adición, se alegaba su matrimonio con cubana, una dama que hoy felizmente nos acompaña, la presencia de colaboradores como el rumano americano Sacha Volman, entre otros. El exilio prolongado apuntalaba la frase: “no conoce el país”.

En la medida fue fortaleciendo su liderazgo mediante charlas radiales por Tribuna Democrática, con un efectivo mensaje de reformas sociales que calaba en las masas rurales y sectores populares urbanos, se añadieron otras descalificaciones. Fue entonces “el demagogo”, que hacía promesas imposibles de cumplir. Quien “trajo la lucha de clases” (al parecer en sus maletas), al emplear una lengua pedagógica nueva: tutumpotes, carros de pescuezo largo, hijos de Machepa, gente de primera, pueblitas. Incentivaba así “el odio de clase”.

Todo ello –la prédica de una reforma agraria, fomento de cooperativas, villas de la libertad en los ingenios, apoyo a los sindicatos de empresa para reforzar su capacidad negociadora- le hacía ver como “filo comunista”. Sectores claves de la Iglesia la emprendieron contra Bosch en una campaña que culminó con la acusación formulada por el jesuita Láutico García, en artículo de prensa que analizaba un texto de Bosch publicado por Renovación de Julio César Martínez. Ante la cual, el PRD anunció su retiro del proceso electoral si no era retirado el cargo.

El diligente Salvador Pittaluga Nivar organizó un debate televisivo (Ante la Prensa) en La Voz Dominicana el 17 de diciembre, a horas de las elecciones del 20, que perfiló al candidato del PRD como un persuasivo polemista, de dialéctica impecable, quien desmontó los argumentos del sacerdote español. Provocando un impacto en el electorado indeciso y en sectores medios urbanos no proclives al PRD.

En su retórica de campaña, Bosch levantó la consigna “Vergüenza contra Dinero”, ya empleada en Puerto Rico por Luis Muñoz Marín y su Partido Popular Democrático para contrarrestar la compra del voto a cuenta de los centrales azucareros. Y por Eduardo Chibás, líder del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), la segunda fuerza frente al Partido Revolucionario Cubano (Auténtico) encabezado por Grau y Prío, en sus denuncias de corrupción administrativa. Ante eventuales maniobras de compra de votos por parte de sus contrarios, Bosch apelaba al secreto del sufragio y a la conciencia ciudadana. “A la hora de votar, déjate llevar por el corazón, que no hay corazón que engañe a su dueño”, exhortaba en un mensaje.

La otra candidatura con posibilidades de triunfo la encarnó Viriato Fiallo, líder histórico de UCN que pronunciara el valiente “¡Basta ya!” libertario en un Parque Independencia poblado de pueblo desafiante, una frase mágica, a semanas del tiranicidio con la dictadura intacta. Aunque en menor grado, Viriato también fue objeto de descalificaciones en el proceso del 62.

Cabeza de la resistencia interna de clase media profesional y de sectores empresariales –que los oficiales norteamericanos calificaban “la oposición moderada” al régimen de Trujillo-, sus adversarios lo señalaban como “el candidato de la oligarquía”, por sus vínculos con la familia Vicini en cuyos ingenios había laborado como médico.

Admitiendo su acrisolada honestidad y buenas intenciones, otro cargo aludía a su “falta de experiencia política y administrativa”, que le impediría gobernar en nuestra convulsionada transición. Más aun, cuando al igual que el liderato del 14 de Junio con el cual existieron fuertes vasos comunicantes, UCN postulaba la total destrujillización del Estado, con énfasis en los mandos militares. También lo acusaron de no querer saber de “los negritos”.

La izquierda -14 de Junio, MPD y PSP- llamó a no votar. Bosch obtuvo el 60% y Viriato el 30% de los votos. El PRSC el 5%. Aún así, Bosch fue derrocado.

José del Castillo Pichardo, ensayista e historiador. Escribe sobre historia económica y cultural, elecciones, política y migraciones. Académico y consultor. Un contertulio que conversa con el tiempo.