Seremos la generación que nunca muere: una ilusión moderna

No seremos la generación que nunca muere, pero podemos ser la generación que entiende mejor su cuerpo

Los influencers y gurús prometen inmortalidad o longevidad extrema mediante hacks y suplementos, confundiendo la ciencia con el marketing. (Freepik)

En los últimos años ha surgido una narrativa tan seductora como peligrosa: la idea de que “seremos la generación que nunca muere”.

Esta frase se repite entre influencers, gurús de bienestar y promotores de protocolos milagrosos que prometen longevidad extrema como si la mortalidad fuera una opción modificable a voluntad. Y detrás de esa promesa hay un problema serio: la confusión entre ciencia y fantasía comercial.

La biología humana no ha cambiado. La muerte no es un error de programación ni una falla corregible con suplementos, hormonas o dispositivos de moda.

Es una consecuencia inherente a la vida, producto de procesos celulares que responden a daño acumulado, desgaste mitocondrial, acortamiento telomérico, inflamación crónica, fallos inmunológicos y pérdida progresiva de homeostasis.

Pretender que podemos eliminar eso con ‘hacks’ simplificados no solo es incorrecto: es irresponsable.

Ciencia y longevidad

Es cierto que la medicina moderna ha logrado extender de manera significativa la expectativa de vida.

También es cierto que hábitos como dormir bien, entrenar fuerza, optimizar metabolismo, manejar estrés, mejorar microbiota y mantener una nutrición adecuada tienen un impacto directo en reducir morbilidad y retrasar la aparición de enfermedades crónicas.

Pero eso no equivale a vencer la mortalidad. Equivale a vivir mejor dentro de los límites que tenemos.

El discurso de la inmortalidad se alimenta de verdades parciales.

Sí, la metformina ha mostrado efectos sobre vías de señalización relacionadas con envejecimiento; sí, la restricción calórica modifica patrones hormonales y disminuye el estrés oxidativo, pero ninguno de estos mecanismos altera la realidad fundamental de que el envejecimiento es multifactorial, complejo y no tiene una causa única que pueda “apagarse”.

El problema es que muchos influencers convierten estos hallazgos en promesas absolutas. Presentan la longevidad como un menú donde eliges qué molécula te va a mantener joven, si NAD o el suero de turno, ignorando que los estudios suelen ser preliminares, en animales, con resultados modestos o dependientes de muchos otros factores.

La ciencia habla de probabilidades, tendencias y reducciones de riesgo pero las redes sociales hablan de certezas que no existen y que ni ellos mismos pueden asegurar.

Además, esta narrativa distorsiona el rol del paciente y del profesional de la salud. Implica que la responsabilidad total recae en el individuo porque si envejeces, si enfermas, si tu cuerpo cambia, es porque “no optimizaste lo suficiente”.

Ese mensaje es injusto, culpabilizante y clínicamente inapropiado. El envejecimiento no es un fracaso personal. Es un proceso biológico universal.

Lo que sí es real es la posibilidad de envejecer con calidad: preservar masa muscular, mantener función cognitiva, reducir inflamación, prevenir enfermedades metabólicas, vivir con energía y autonomía. Eso es medicina preventiva.

Eso es ciencia. Y eso sí está a nuestro alcance. Confundir longevidad saludable con inmortalidad es un error conceptual que desvía la conversación de lo que realmente importa: acompañar a las personas a vivir más años en mejores condiciones, no venderles la ilusión de que nunca morirán.

No seremos la generación que nunca muere, pero podemos ser la generación que entiende mejor su cuerpo, que aplica la evidencia, que cuida su salud con criterio y que vive con calidad hasta el final. Esa sí es una revolución posible, humana y científicamente válida.

Especialidad en Nutriología Clínica en INTEC. Master en Nutrición y Alimentación en Universidad de Barcelona (UB). Ejerce su práctica profesional en NEP CENTER.