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Insurrecciones urbanas, golpes de calle

Bolivia y Chile, desde idiomas políticos distintos, han sentido el peso del agobio, y su gente –jóvenes en mayoría– salió a protestar ante tantas triquiñuelas y vicios políticos para la perpetuación en el Poder o por los yerros gubernativos.

Los pueblos emergen. Aturdidos, acorralados, agotados, emergen. Hay pueblos que, por razones múltiples –el miedo es una–, enmudecen, se acomodan en su desaliento, deciden supervivir sobre mitos y algazaras pasadas. Y se atrabancan. Viven en sosiego perpetuo. Apaciguados. Otros, no. Desafían las terquedades, los malos augurios, las obstrucciones del camino, los descalabros de la fe en un sistema.

Hay pueblos que han resistido por décadas, por muchas décadas. Pero, un día se inicia su desaliento final, arriban al clímax. Sólo una candelita en el mechero y la resistencia se arremolina sobre los ásperos espacios de la rebelión. La libertad siempre es una apuesta para la rebeldía. Aunque se sufran años de insatisfacción acumulada o se silencien en público las bocas que apenas susurran en los hogares con el candil apagado. La libertad como herramienta natural de vida, se convierte en vía que señaliza el derrotero a seguir. La Primavera de Praga fue un sentimiento de libertad que produjo aquél acontecimiento bravío. El “socialismo con rostro humano” intentó nacer como posibilidad de aplacamiento de aquél golpe de calle en la antigua Checoeslovaquia. Como casi siempre sucede, eran los hijos de las nuevas generaciones los que comenzaron a desafiar el sistema y a procurarse un espacio diferente al que había consumido las vidas de sus padres. Alexander Dubcek comprendió lo que se gestaba y se identificó con el grito de la calle. Había que rectificar los errores, había que modificar el paisaje social y político, había que destruir las desfiguraciones, las figuras contrahechas de aquel carcamal. No se debía volver al pasado y era perentorio irse apartando de los responsables de ese tiempo que comenzaba a morir. Sólo unos pocos meses duró el sueño. Los jerarcas de la URSS llegaron con sus tanques y sus metralletas y su poder (soldados rusos pero también búlgaros, húngaros, polacos y alemanes orientales), Dubcek fue llamado a capítulo y la Primavera de Praga culminó. Nacieron entonces, para florecer años más tarde, tres sentimientos populares: uno inmediato, un mayor odio hacia Rusia; un discurso íntimo de unidad con los valores de Occidente; y una frustrante duda sobre la amistad europea, que aún perdura, en una sociedad que vio cómo cuatro naciones se unían a la Unión Soviética en aquella invasión. (Los dominicanos, tan divididos como andaban en 1965, olvidaron pronto –no sé si para bien o para mal– que la rebeldía abrileña fue apagada por los marines norteamericanos acompañados de comandantes y soldados brasileños, hondureños, paraguayos y costarricenses que invadieron, con el consentimiento de la Señora llamada OEA, a la ciudad rebelada).

El mayo francés de 1968 fue otro estallido de libertad que marcó una nueva era en la comunicación política. “La imaginación al Poder”. “Desabrochen el cerebro tan a menudo como la bragueta”. “Seamos realistas, demandemos lo imposible”. “Un policía duerme en cada uno de nosotros, es necesario matarlo”. “Prohibido prohibir. La libertad comienza por una prohibición”. Las paredes de París se llenaron de lemas y de cantos que millares de jóvenes escribían y cantaban bajo los aleros de una insurrección que iba a marcar el futuro. “Nosotros somos el porvenir”. El mayo francés fue un golpe de calle.

Y la Primavera Árabe de 2011, sorpresiva y silvestre, se enfrentó a las contradicciones de una sociedad que estaba destinada a destruir el “muro de miedo” que cubría a una región que necesitaba de libertad, de dignidad, de justicia, de un nuevo orden contra los extremismos. Ocho años después –no todos los casos son iguales, hay causales diversas que transforman el devenir en las distintas geografías– la realidad acogota el ideal de libertad en los países de la Primavera Árabe: Egipto, Siria, Yemen, Libia, Túnez, Bahréin, sufren hoy los duelos de guerras indetenibles, de malas prácticas de aliados occidentales, yihadismo, dictaduras, economías desteñidas, vigores apagados.

Bolivia y Chile, desde idiomas políticos distintos, han sentido el peso del agobio, y su gente –jóvenes en mayoría– salió a protestar ante tantas triquiñuelas y vicios políticos para la perpetuación en el Poder o por los yerros gubernativos. No fueron grupos aislados. Fueron millones en las calles. Los fraudes electorales no pueden tener asiento firme a menos que otros sectores de poder consoliden la treta. El golpe de calle llevó a unos a replegarse (Evo incluido) y a otros a dar el salto de cambio. Evo se desplomó sin tregua. En realidad, huyó. El asilo fue una salida de honor. Ninguna afrenta contra el Estado de Derecho tiene salida si un pueblo no se subleva. No importa quién lo dirija. Alguien debe tomar el mando para encauzar el delirio de libertad. En el país dominicano del 61 y el 62 las masas salieron a las calles, dirigidas por la UCN y el 1J4. Y el pueblo del 65 dio el golpe de calle aleccionado por la voz histórica de José Francisco Peña Gómez. Los primeros para terminar de borrar las trazas de la dictadura. Los segundos para forjar una revuelta armada contra el gobierno de facto, o sea, ilegal. En ambos casos, fue necesario “el coronel que se casara con la gloria” que años después Peña Gómez reclamara a viva voz, sin éxito, para terminar con el gobierno de los doce años. Como en Bolivia lo fue ahora. El golpe de calle dio lugar a lo que se necesitaba, el apoyo militar. Por real inclinación a los reclamos populares. O por hastío. O para cuidar las apariencias. Simplemente, ocurrió. El socialismo del siglo XXI fue una gran ocurrencia. Pudo haber sido una propuesta de izquierda para resarcir errores del pasado y adelantar posibilidades renovadas de redención social. Se observaron logros, pero el populismo y el obstinado enfoque de perpetuidad –entre otros deslices– comenzó a cerrar puertas. Lula alcanzó cotas de popularidad entre los más pobres por sus desafiantes maneras de enfrentar viejos dilemas en la sociedad brasileña. Ahora está de vuelta, pero debe corregir errores que lastimaron la fisonomía sociopolítica que se estaba construyendo en una parte importante de la América Latina, desde esa tercera América que es Brasil. Rafael Correa, inteligente y dicharachero, divisó lo que podría sobrevenirle ante el cansancio que comenzaba a observarse en la población ecuatoriana (los más jóvenes siempre a la cabeza). Salió tranquilo a establecerse en Bruselas, como el que dice “vuelvo ahorita”. Pero, Lenín Moreno vio muy adentro y encontró tela por donde cortar. Ese cuento no ha acabado. Ecuador comienza a sentir el telurismo social que sacude sus entrañas.

Chile es otra realidad distinta en las motivaciones de rebeldía, pero igual en el uso de los pertrechos de libertad. Evo Morales deja una economía fastidiada y una institucionalidad que hay que reconstruir. Correa también dejó flaquear lo que parecía era su fuerte, la economía, ésa que se derrumba donde quiera que hay derroche y administración que se sostiene en la dádiva y en la entrega generosa de la hacienda pública. Chile, en el caos y la violencia actualmente, ha tomado las calles –la juventud, al frente, como siempre– para enfrentar contra todo riesgo fraudes estadísticos, tan comunes en los gobiernos de la América hispana, que la sitúan económicamente sólida y que la presenta como modelo. Los chilenos han dicho, pues no: hay una élite empresarial y política, o ambas cosas a la vez, que detenta el poder en ambos renglones; un sistema de pensiones ambiguo y demencial; el sistema de salud es precario, dejando fuera a la gran mayoría; el transporte público es un auténtico caos; el servicio de agua potable, que es privatizado, se ha convertido en fuente de grandes beneficios económicos; su famoso sistema educativo se ha estancado y hace trece años los estudiantes de bachillerato lideraron la “revolución pingüina” que acaba de tener nuevas secuelas ahora; corrupción, abuso de poder, evasión de impuestos y desigualdad completan el panorama. Dicen los chilenos: no es por los treinta pesos que subieron al metro –esa fue la chispa que encendió el pebetero- es por los treinta años que tenemos cargando con estos agobios, lo que ha provocado esta poblada. Golpe de calle. Los fraudes electorales, la perpetuación en los mandos, las desigualdades, las exclusiones, los desvaríos ideológicos (las incoherencias nos desarman la democracia pobre de estos rincones del mundo) están generando insurrecciones urbanas. Golpes de calle. Como en Bolivia, uno nunca sabe lo que pueda venir después.

TEMAS -

José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.