Se ha marchado el poeta de Solentiname

Gran poeta, extraordinario sacerdote, revolucionario cierto, defensor de las causas liberacionistas en cualquier parte del mundo

Cuando aún no habíamos nacido, ya Ernesto Cardenal había fundado un partido en su natal Nicaragua, la Unión Nacional de Acción Popular (UNAP), en el que le acompañaron, entre otros, Pedro Joaquín Chamorro –luego, víctima del somocismo- y un joven con apenas 18 años llamado Carlos Fonseca, quien posteriormente fundara el Frente Sandinista de Liberación Nacional. Tomás Borge, con apenas 13 años, era de los asiduos a las reuniones de los unapistas.

Pero, antes de fundar la UNAP, Cardenal, siendo todavía un joven estudiante de educación básica, había creado Acción Nacionalista, inspirado en los ideales y en la memoria de Augusto César Sandino, lo que revela, como lo afirmara más de una vez, que él era sandinista desde adolescente. Hay que tomar en cuenta que, para entonces, Sandino no era el héroe reconocido que sería después. Los integrantes de los dos partidos rivales de la época en Nicaragua, los liberales y los conservadores, la prensa y una gran parte de la población, consideraban a Sandino como un “bandido”, un simple aventurero. Por eso, cuando Cardenal funda la UNAP quiso llamarle Partido Sandinista, pero el grupo que le acompañaba en esa tarea se opuso.

Cinco años después de de fundar el partido político, Cardenal, que desde 1946 ya era reconocido como poeta, aunque su primer libro “Hora 0” se publicaría en 1957, participa en lo que se conoció luego en la historia nicaragüense como la revolución de abril, cuyo propósito era ajusticiar al dictador Anastasio Somoza García en su propia residencia, una vez saliera de una recepción que se le ofrecía en la embajada norteamericana. La conspiración tuvo respaldo de muchos militares, entre ellos de Adolfo Báez Bone, que lideró la conjura, recibiendo el respaldo en armas y pertrechos de parte de los presidentes José Figueres, de Costa Rica, Rómulo Betancourt, de Venezuela, y Carlos Prío Socarrás, que había sido presidente de Cuba. Cardenal escribiría después en sus memorias que “liberada Nicaragua, irían a República Dominicana a derrocar a Trujillo, y después a otros países con dictaduras”. Para entonces, Cardenal tenía apenas 25 años de edad.

La revolución fracasó por un hecho insólito: uno de los conjurados, adicto a pastillas tranquilizantes para dormir, tomó más de la cuenta, seguramente nervioso por la aventura que pretendían ejecutar, y comenzó a alucinar gritando que estaba siendo perseguido por la policía, emprendiendo la huida y convirtiéndose en un sospechoso que, en efecto, la policía persiguió hasta apresarlo. Cantó mejor que Carusso, y por ese hecho fueron apresados y torturados muchos de los participantes, entre ellos dos de los líderes principales, Pablo Leal, a quien le cortaron la lengua antes de matarlo, y Báez Bone, a quien le cortaron el pene. En las torturas participaría Tachito Somoza, hijo del dictador, adelantándose en su faena criminal y sádica a lo que luego repetiría aquí, antes y después del ajusticiamiento de su padre, Ramfis Trujillo. Unos 150 campesinos fueron fusilados, aun cuando ninguno tuvo que ver con la conjura, pero de esta manera Somoza sembraba el terror en la población y en los núcleos que le eran adversos. Cardenal, como Chamorro y otros, lograron escapar y esconderse, hasta que logró salir del país. Justo cuando se publicaba su primer libro, Cardenal entró al monasterio trapense de Kentucky, Estados Unidos. La suya fue una vocación sacerdotal tardía, pues ya contaba con 32 años. Es a los 40 años de edad, en 1965, cuando se consagra como sacerdote. Antes, había abandonado la orden cisterciense de la Trapa, pues le prohibieron escribir, ingresando entonces, para los estudios teológicos, al seminario de Cristo Sacerdote, en la Ceja, Antioquia, Colombia, donde se ordenó como cura misionero.

En 1961, cuando aquí finalizaba la Era de Trujillo y Cardenal había publicado otros dos libros, “Gethsemany, ky” (por el nombre del monasterio y la abreviatura de Kentucky), y sus famosos “Epigramas”, Mario Benedetti, que ya había dado a conocer cuatro libros, escribe sobre Cardenal llamándolo “poeta de dos mundos”, o sea, del mundo secular y del mundo religioso, y comentando que su poesía tenía “un tono de confidencia, de plática cordial...suerte de ancho río verbal que constantemente recibe afluentes del buen humor, la lucidez y la ternura”. Calificaba entonces Benedetti a Cardenal, como uno “de los poetas más vigorosos y eficaces que ha dado la poesía política en América Latina”.

Cuatro conclusiones podemos extraer de esta brevísima nota sobre la trayectoria humana de Ernesto Cardenal Martínez. Primero, tuvo vocación política desde muy joven, siendo fundador de dos partidos, uno de los cuales tomó parte activa en el objetivo de ajusticiar al primer Somoza de la dinastía de tres que gobernó tiránicamente a Nicaragua. Segundo, demostró siempre inclinación por la vida religiosa, y a pesar de que estudió en Estados Unidos, viajó por Europa, vivió una intensa vida adolescente tras las chicas y tras las consignas políticas, decidió ingresar en un monasterio, cuando ya era un treintañero, para hacerse sacerdote. Tercero, fue sandinista declarado antes incluso que el propio fundador del sandinismo, y en consecuencia, mucho antes que Daniel Ortega y que los demás que integrarían luego el gobierno sandinista con el triunfo de la revolución en 1979. Cuarto, conjuntamente con su trabajo político y revolucionario, y con su misión sacerdotal, desarrolló su vocación poética, convirtiéndose con los años en una de las voces más peculiares, sensibles y comprometidas de la poesía continental que circuló entre los cincuenta y ochenta, aunque Cardenal publicó su último poemario formal, “Pasajero de tránsito” en 2006, y todavía en 2012 hizo publicar “El celular y otros poemas”, que incluyó cuentos inéditos en una edición limitada de 100 ejemplares. O sea, su carrera literaria permaneció activa durante cincuenta y cinco años.

Una de sus grandes obras fue la fundación de la comunidad de Solentiname, formada por pintores primitivistas, artesanos, pescadores y gente común, ubicada en uno de los extremos del lago de Nicaragua. Cuando escucho decir que fue parte del movimiento de la teología de la liberación, no niego esa realidad, pero esa práctica de origen jesuítico no fue totalmente enarbolada como un estandarte fundamental en el ejercicio teológico de Cardenal, de quien prefiero apuntar que hizo su propia y original manera de proclamar el evangelio y de existir humanamente de acuerdo a sus principios y dones. Levantó una comunidad para hacer práctico el ejercicio de su ministerio entre pobres y artistas, desde su visión cultural y bajo su responsabilidad sacerdotal, incomprendida por la alta jerarquía eclesiástica. Recordemos que durante la visita del papa Juan Pablo II a Managua, en 1983, éste amonestó duramente a Cardenal, mientras el sacerdote se arrodillaba en actitud de obediencia. Juan Pablo II nunca le perdonó que fuera sandinista. Casi un año después, el pontífice lo suspendió en el ejercicio del sacerdocio, junto a otros tres sacerdotes identificados con la revolución, incluyendo a su hermano Fernando Cardenal. No fue hasta 35 años después, en febrero del año pasado, que el papa Francisco levantó el impedimento sacerdotal, justo horas después de que la máxima autoridad eclesiástica de Nicaragua fuera al hospital, donde se encontraba interno por problemas cardíacos el viejo poeta, se arrodillara ante él y le pidiese su bendición y, en nombre de la Iglesia, su perdón.

Gran poeta, extraordinario sacerdote, revolucionario cierto, defensor de las causas liberacionistas en cualquier parte del mundo, recibió no sólo el abandono de su propia iglesia –a la que nunca, sin embargo, dejó de pertenecer en sus acciones y creencias-, sino también los ultrajes y ataques de toda índole de quienes fueron sus compañeros en la lucha contra Somoza y en la dirección de la revolución sandinista, los mismos que, irónicamente, decretaron tres días de duelo ante su muerte, exaltaron sus cualidades y aportes, lo elevaron a los altares de la falsa gratitud, y horas después enviaron turbas que ni siquiera conocían de su obra y trayectoria, al funeral en la Catedral de Managua, gritándole a sus restos “traidor”. Un acto repugnante y perverso que pudieron constatar Sergio Ramírez y Gioconda Belli, presentes en la ceremonia religiosa. “Si he de dar un testimonio sobre mi época es éste: fue bárbara y primitiva pero poética” (De su libro “Oración por Marilyn Monroe y otros poemas”, 1965).

Las cenizas del padre Ernesto Cardenal serán esparcidas hoy sábado en una de las islas del archipiélago de Solentiname, su espacio de creación y meditación que fundara en los años setenta. A ver si lo dejan ya morar en paz.

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José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.